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Actualizado: 18 de julio de 2025
El rostro varonil, expresivo, de Romadonga se contraía con sonrisa mefistofélica al pronunciar estas palabras. Se había sentado; puso los codos sobre la mesa con su habitual libertad y enviaba columnas de humo al aire, revelando un estado de beatitud envidiable. Mario reía; pero en el fondo de su alma estaba inquieto y molesto, como siempre que don Laureano hablaba delante de su esposa.
Allí estuvo tendida por largo tiempo en dulce y apacible beatitud. Un día, cansada Carolina de velar, se había dormido a su lado, y los delgados dedos de la señora de Ponce se posaban sobre su cabeza como en tierna bendición. A poco, llamó a Juan. ¿Quién ha venido hace poco? dijo en voz apenas perceptible. La señorita de Corlear dijo Juan, contestando a la mirada de sus hundidas pupilas.
Allí nos juntamos él y yo. Allí él y yo no somos más que el Uno. De este modo se explica que, siendo yo simple mortal, sea tan considerado por los dioses. En la ligereza de carácter, propia de la serena beatitud de ellos, no caben estas reconcentraciones poderosas de la mente que me llevan al Uno.
Volvió ella la cabeza hacia arriba, y al ver la expresión de beatitud de aquella cara, quedose pasmada ante semejante alarde de paciencia y humildad absoluta. A este algo le pasa, algo muy raro.... Parece más tonto que de costumbre, y al mismo tiempo en esa cara hay una expresión que yo no he visto nunca. ¿Sabes que andas distraído, joven?
En la costa cantábrica, el Malecón y Marineda se distinguieron por la abundancia de comités, juntas, clubs, proclamas, periódicos y manifestaciones. Y es de notar que desde el primer instante la forma republicana invocada fue la federal. Nada, la unitaria no servía: tan sólo la federal brindaba al pueblo la beatitud perfecta. ¿Y por qué así? ¡Vaya a saber!
Cuando ese intrigante de Védène entró en el salón del palacio, costole trabajo el conocerlo al Santo Padre: tanto era lo que había crecido y engruesado. Preciso es también decir que, por su parte, el Papa se había hecho viejo y no veía bien sin antiparras. Tistet no se acobardó. ¡Cómo! Excelso Padre Santo, ¿ya no me conoce Su Beatitud?... Soy yo, ¡Tistet Védène! ¿Védène?...
Y más se acentuó esta expresión de beatitud celeste cuando vio salir a D. Jeremías como un huracán, sin decirle adiós siquiera, gritando al trasponer la puerta: En cuanto le tropiece, no hay más, ¡le piso la cara!
El gobierno, como de costumbre, había enviado fuerza armada para cortar los lamentos de estos pordioseros de autoridad y llegaron a Jerez nuevas fuerzas de guardia civil, dos compañías de infantería de línea y un escuadrón que se unió a los jinetes del depósito de sementales. Las personas decentes, como las llamaba Luis Dupont, sonreían con beatitud al ver en las calles tantos pantalones rojos.
Creemos haber hecho en el último capítulo el elogio del constante buen humor de Antoñita, y, una de dos; o han sido prematuras nuestras apreciaciones, o la llegada de los flamantes huéspedes turbó el estado de beatitud y calma de su espíritu, que repentinamente se tornó caprichoso y versátil.
La comida continuaba y en todas las mesas subía poco á poco el tono de las conversaciones. Era la hora benéfica en que los estómagos contentos reparten por todo el ser una especie de beatitud. Maugirón estaba benévolo y no se burlaba de Frecourt. El mismo Sorege, sentado en la mesa grande, bastante lejos de los dos amigos, sonreía, menos enigmático que de costumbre.
Palabra del Dia
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