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Era una cosa blanda que se retorcía lanzando ahogados chillidos, aprisionada por la arena y el arco de puente que formaban sus zapatos entre la planta y el tacón. Se inclinó hasta tocar el suelo y, levantando el pie, extrajo aquella cosa animada de su dolorosa esclavitud. Vió que eran dos hombrecillos sobre los que había puesto su pie sin saberlo.

Sentía el hilo metálico hundido en su muñeca como el filo de un cuchillo, y al mismo tiempo un fuerte dolor en la articulación del hombro. Para evitar este tormento, los hombrecillos del aeroplano soltaron una cantidad de cable sutil, lo que permitió á Edwin descender su brazo hasta el suelo.

Después de comer, fui a contemplar mis hombrecillos que yacían lastimosamente en la alameda. ¡Rotos, pulverizados! lo mismo que mis ilusiones y mi felicidad, que creía perdidos para siempre. Tal vez os admiréis de mi falta de perspicacia, pero ¿quién, aun sin tener la excusa de mis diez y seis años, no ha demostrado una ceguedad increíble, por lo menos una vez en la vida?

Dos docenas de hombrecillos, achicados por la lejanía, agolpábanse en la borda, con el torso desnudo, moviendo en alto sus casquetes blancos iguales a los de los cocineros. Se adivinaban sus gritos, absorbidos por el silencio del Océano, de los que no llegaba el más leve eco hasta el vapor.

Era un cilindro de cristal no más grande que una uña del Hombre-Montaña. Al penetrar en la oreja aumentaba considerablemente su capacidad auditiva, haciendo oir la voz de los hombrecillos aunque éstos hablasen quedamente. Apenas lo puso Gillespie en el pabellón de uno de sus oídos, la Galería, que ordinariamente estaba en silencio para él, se pobló de murmullos y gritos.

«¡Mejor!», acabó por decirse una vez extinguida su cólera. Adivinaba lo que iba á ocurrir: la suerte final de aquellos bravos de sable afilado frente á los hombrecillos astutos y amarillos que se habían ido apropiando en silencio el arte de matar de los occidentales.

Y, sin embargo, para mis ojos de niña, aquel lugar estaba cubierto de un encanto indecible, cuya sensación experimento aún, cuando me vuelvo a ver fascinada por esos cuadros maravillosos, sentada durante horas enteras en la hierba, inmóvil, contemplando de lo alto aquel hormiguero cuyas formas no eran más grandes que los hombrecillos de madera de mis cajas de juguetes.

El caso es que tengo diseminados en mi cuarto cuarenta y dos hombrecillos que lloran, ríen y gesticulan, y que por lo menos estoy contenta. «Ayer por la noche he hablado con Blanca, del amor, señor cura. ¿Cómo me decíais que no existía sino en los libros y que no tenía nada que ver con las jóvenes? «¡Ah, mi cura, mi cura; mucho me temo que me hayáis engañado muchas veces como a una tonta!

«Empecé por entrar a una confitería y llenarme de masas y pastelillos; humildemente acúsome. Mi cura: tengo una gran pasión por las masas y los pastelillos. Atravesé en seguida y me compré cuarenta y dos hombrecillos de terracota: todos los que había en la casa. Después de tal compra, no sólo no me quedó un céntimo, sino que me había endeudado; pero ¿qué importa? puesto que soy rica.

Esta bomba la acababan de limpiar los vigorosos siervos, pues había servido durante la noche para inyectar al gigante su dosis de narcótico. Poco después empezaron á salir de la selva rebaños de vacas bien cuidadas, gordas y lustrosas. Parecían enormes junto á los hombrecillos que las guiaban, pero no tenían en realidad para Gillespie mayor tamaño que una rata vieja.