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Acaso el Padre Ambrosio había evocado y atraído a dos espíritus, que habían tomado la apariencia del fraile y del lego. Acaso, sin evocar espíritu alguno, aquel gran mago había creado dos fantasmas que reemplazasen en el claustro a los dos ausentes. Ello es que nadie los echó de menos.

Los votos posibles son los de cuantos electores están en las listas, a no hallarse a mil leguas de distancia o en la sepultura. Y aun ha habido ocasiones en que los ausentes y hasta los difuntos han votado.

Durante la ausencia de mi pobre padre, arrancado casi moribundo de su casa, en el momento de morir mi madre, y ausentes además sus hijos, se olvidaron de que la difunta había manifestado varias veces su preferencia por el cementerio de Saint-Point, a la sombra de la pequeña iglesia de la aldea, en aquel valle tranquilo y delicioso donde gustaba tanto su piedad de recogerse durante sus residencias veraniegas.

Galán que te marchas, por muerto te cuenta, que amores ausentes no hay cosa más muerta. Son, , los amantes una vida entera, dos cuerpos y un alma que un nudo los sella. Pero en los dos ellos hay tal diferencia, que muere el que es ido y vive el que queda. Acaso el estante, porque bien parezca duelos por tres días al ido celebra.

Cuantos cálculos hacíamos para engañarnos unos a otros, resultaban increíbles en presencia de la realidad de tantas horas transcurridas sin saber nada de los ausentes, y, sobre todo, de aquella noche espantable que se venía encima de Tablanca y que, si llegaba antes que ellos, podía considerarse ya como su losa funeraria.

Núñez supo excitar la risa a su costa de tal manera unas veces, otras meter el bisturí tan adentro en las carnes de los desgraciados ausentes, que aparecían sus pobres entrañas palpitantes a la vista de los regocijados comensales. Clara estaba horrorizada de aquella murmuración insolente, de tanta hiel y tanta injuria.

Hubo un instante en que no pudo más y encarándose repentinamente con el pintor le dijo sonriendo, pero en tono resuelto: Señor Núñez, hace ya bastante tiempo que se está usted cebando en los defectos de los otros, de los que están ausentes. ¿Acaso los que estamos aquí no tenemos ninguno? ¿Por qué no los saca usted a relucir y los castiga con la gracia que le caracteriza? Eso estaría mejor hecho.

Hubiera sido poco piadoso recordarle los melancólicos acabamientos que nos rodean y que espejan la muerte en cada cosa que miramos. Jamás la hablamos de las despedidas, de las naves que parten y de los corazones ausentes, de las últimas notas de las melodías. Y sobre todo, de ese terrible fantasma del otoño.

Aglomerábase el gentío en sus cubiertas agitando pañuelos, dando gritos para llamar la atención de los pasajeros del trasatlántico alineados en las bordas. Y muchos de éstos, al avanzar sus cabezas para ver mejor a la muchedumbre que llenaba los pequeños buques, reconocieron caras amigas, saludándolas con gritos de regocijo y preguntas sobre los ausentes.

Estos dos hermanos lo eran de Francisco José Terongí y de Guillermo Tomás Terongí, que, ausentes fugitivos, fueron también relajados y quemados en estátua por relapsos, convictos y contumaces impenitentes.