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En medio del dolor que el estado de mi hija me proporciona, he tenido una alegría por la visita de Alfonso y su esposa, los cuales se encuentran muy bien: llegaron el jueves 29 volviendo a salir el sábado para Saint-Point. La estancia en la casa de nuevas personas, fatiga siempre a la pobre Susana, a pesar de cuantas precauciones se tomen para evitarlo.

He ido a Saint-Point, montada en una mula, y acompañada del jardinero, al objeto de arreglar y ordenar los libros, los naranjos y las macetas de flores que mi nuera Mariana me recomendó muy especialmente al partir para Italia.

Toda la comarca congregada en duelo, enviaba, en alas del viento, un prolongado y general gemido. Nada había dispuesto en el cementerio para una sepultura definitiva. La muerte nos había sorprendido sin tumba. Pero no tuvo tiempo de hacerlo; solamente había indicado vagamente alguna vez el deseo de ser enterrada en Saint-Point.

Llegábamos a Saint-Point al caer de la tarde. Yo me encerré en un aposento que une al gabinete con el dormitorio, y extendiendo un colchón sobre el suelo, empecé allí la vela, teniendo abierta la puertecilla de comunicación: era la postrera noche que aquellos sagrados restos debían pasar bajo su antiguo techo. ¡No por qué me figuraba yo que prolongaba su presencia a mi lado al prolongar yo al suyo mi vigilancia! ¡Sólo Dios sabe las lágrimas, las invocaciones, las bendiciones y revelaciones de aquella noche!

Aquellos senderos podían resultar por la noche peligrosos para el reducido cortejo que debía trasladar el cuerpo, desde la casa de Milly, al cementerio de Saint-Point. Tan luego el alba apareció por las lejanas cumbres de los Alpes, volvimos a emprender nuestra marcha, escoltados hasta la altura de la primera colina que domina el jardín y las viñas, por todos los habitantes de la aldea.

La virtud y la hermosura hubiéranse mezclado horriblemente con las intrigas palaciegas. La corte española honró en la viuda de Igualdad a la víctima de la Revolución y de los desaciertos de su marido. 3 de julio de 1801. Ayer quedamos definitivamente instalados aquí, en Saint-Point. El día lo he pasado arreglando mi pequeño ajuar. Estoy muy cansada.

«Mi esposo y yo vivimos casi siempre en Milly, y pasamos en Saint-Point algunas temporadas. Es éste un punto muy agradable por el solitario recogimiento que se advierte al abrigo de las montañas. ¡Cuántas gracias debemos dar a la Providencia por los favores que nos concede! «Mi hermana Mme. de Vaux, ha llegado hoy mismo de Lyón. Es una angelical y virtuosa mujer.

16 de junio de 1801. Ayer he ido a Saint-Point, y estoy muy fatigada, a pesar de haber hecho el viaje mitad a pie y mitad a caballo sobre un asno. Los caminos están impracticables, y a no ser por el borriquillo, no me hubiera determinado a hacer este viaje, que ha sido, sin embargo, muy agradable, pues hemos paseado mucho.

Toda la fortuna de la familia está en sus manos; Alfonso no tiene más que la corta pensión que le asignó su padre, y unos cincuenta mil francos sobre la propiedad de Saint-Point, cuando faltemos nosotros.

Durante la ausencia de mi pobre padre, arrancado casi moribundo de su casa, en el momento de morir mi madre, y ausentes además sus hijos, se olvidaron de que la difunta había manifestado varias veces su preferencia por el cementerio de Saint-Point, a la sombra de la pequeña iglesia de la aldea, en aquel valle tranquilo y delicioso donde gustaba tanto su piedad de recogerse durante sus residencias veraniegas.