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Al acariciar la vidriera advirtió que el vidrio estaba encerrado en un armazón de plomo. Entonces decidió arrancarlo con las manos, y tan valerosamente emprendió la tarea que acabó por conducirla a buen término.

Ni siquiera se dio cuenta de su amor por ti, sino el día en que entró en tu casa; razón de más para que no pudiera sospechar las consecuencias que dormitaban en las profundidades más secretas de su alma. ¿Y, sin embargo, dices que ella combatía ese amor, que trataba de arrancarlo de su corazón? Sin que su espíritu influyera en nada, sin que tuviera conciencia de ello.

De pronto, corrió a arrancarlo de los hombros de la niña, y dijo coléricamente: ¿Quién te ha mandado tomar mis cosas, descarada? ¿Es tuyo? ¡Entonces, eres mi mamá! ¿Verdad? ¡ eres mamá! prosiguió con júbilo infantil. Y antes de que Lady Clara hubiese podido evitarlo, había dejado ya caer la muñeca, y, agarrándole con ambas manos las faldas, se echó a bailar ante ella con sin igual desenfado.

El recuerdo de su antiguo novio había vivido siempre en el fondo de su pecho. Ni la traición, ni el desdén, ni las mil distracciones a que se arrojó en la vida frívola y bulliciosa de París, habían logrado arrancarlo de allí. Si le hubiera hallado satisfecho, en la plenitud de su fuerza y salud, no habría sentido aquel soplo dulce que la acarició un instante.

Pero, quieras que no, tuvo que oírlo, de cabo a rabo, tan contundente, porque la señora no se mordía la lengua, y soltaba cada varapalo que escocía de veras, que Quilito dió un salto, al fin, y con el aire de un demente, prendido al enrejado de la cama, que sacudía como si deseara arrancarlo, gritó: , ¡he perdido, he perdido! ¿Y qué tenemos con eso?

Además, la esperanza, que jamás nos abandona, hacíale columbrar la posibilidad confusa de algo extraordinario que iba a presentarse a su hora para arrancarlo de tal situación. Pero mientras esto llegaba, ¡cuán abrumadora la soledad!... Pep y los suyos constituían su única familia; pero sin darse cuenta de ello, obedeciendo tal vez a un confuso instinto, se alejaban cada vez más de él.

Y abriendo las piernas y agachándose como dispuesto a correr detrás de los compañeros a latigazos, dio una vuelta al pañuelo alrededor de la mano y añadió: ¡Da señas que se entiendan o te rompo el alma! Y tiraba por el látigo como queriendo arrancarlo del poder de la madre. Señas... señas... ¿a que no aciertas?

Ellos á lo antiguo se atenían. Además, el miedo á la huelga no causaba gran impresión en el fondo de su ánimo. Por grande que fuese el paro en el trabajo, poco perderían; el mineral no iba á desaparecer en las canteras; aguardaría á que fuesen á arrancarlo, si no en un mes, al siguiente, y si no al otro.

Pero Tristán no resollaba, había perdido el conocimiento y yacía debajo de la cabalgadura abrumado bajo el peso de ella. Clara corrió a él y con un supremo esfuerzo logró arrancarlo de aquella situación. El caballo no quería moverse; debía de estar herido. ¡Socorro! ¡socorro! gritó desesperadamente. Pero nadie había entonces por los contornos y sólo el campo y los pájaros oyeron sus gritos.

El gigante la dejó por unos momentos sentada al borde del arroyo, para meterse otra vez entre los árboles. Quiero llevarme un recuerdo de esta visita dijo á Flimnap. Y el profesor vió cómo cogía con ambas manos un árbol que le llegaba á la cintura, empezando á moverle á un lado y á otro, cual si pretendiese arrancarlo del suelo. Una nube de hojas envolvió al gigante.