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Julio no paró mientes en los gritos de las damas ni en la desaparición de la bolsa, sino en la cartita que la criada, guiñando maliciosa, llevó al cuarto de la novia. Aquel acontecimiento había hecho reir a Julio a carcajadas por primera vez en varios años. Todo se desquició lúgubremente en la casa de Rucanto desde aquel punto y hora.

Hay varios medios de entrar en la casa decía Carrascosa tomando el brazo del militar: paro hay uno que es excelente. Esas viejas tienen un arrendatario que ahora debe venir á pagarles sus rentas, lo poco que tienen. Lo por Elías.

Bañada en la luz solar y en completo silencio, tenía apariencia de nueva y deshabitada, como si acabasen de dejarla carpinteros y pintores. En la mitad del huerto, un chino cavaba imperturbable, pero la casa no daba otras señales de vida. El camino, como había dicho el coronel, estaba realmente expedito y la señora de Galba se paró junto a la reja.

Fueron inútiles cuantas gestiones hizo para averiguar su paradero. Afortunadamente la Providencia se encargó de llevarlo a sus brazos. Santiago reía unas veces, lloraba otras mostrando siempre el carácter franco, generoso y jovial de cuando niño. Paró el coche al fin. Un criado vino a abrir la portezuela. Llevaron a Juan casi en volandas hasta su casa.

Era crueldad expresarse así, y debía mi señora doña Bárbara considerar que allá se iban compras con compras y manías con manías. Y no paró aquí el réspice, pues a renglón seguido vino esta observación, que dejó helada a la infeliz Jacinta: «Doy de barato que ese muñeco sea mi nieto.

Apenas si paró en ello su atención. Sentía una alegría salvaje. Dos tiros... el enemigo estaba desarmado. ¡Cristo! ¡Ara't pille! ¡Cristo! ¡Ahora te pillo!

Me hacen feliz esos elogios, pues si yo me decidiera a llenar el vacío de mi hogar, querría mucho tener tu aprobación. El octogenario se paró de repente. ¿Piensas acaso?... Su voz temblaba. ¡Dios mío! ¿Por qué disimularlo? Ya sabe usted si he amado tiernamente a la querida criatura que el cielo me arrebató muy pronto... Pasemos adelante.

El empuje de la ola al avanzar y la violencia con que se arrastra al retirarse son tales, que ninguna fuerza humana puede vencerlos. Por último, después de algunas horas de mortal angustia, la quilla del Rayo tocó en un banco de arena y se paró.

La cosa no paró aquí: de sus espinas que escarbaban y querían agarrarse, se subdividió una, convirtiéndose en triple pinza, verdadera áncora de salvación que secundaría á la ventosa si ésta se aplicaba mal á una superficie poco lisa.

Morsamor desenvainó entonces la daga que llevaba en el cinto, y, exclamando, ¡defiéndete, miserable! , se arrojó sobre Cardoso, que desnudó también su puñal y le aguardó sereno. El ímpetu y la destreza de Morsamor eran incontrastables. Con el brazo izquierdo paró el golpe que Cardoso le asestaba, y con acierto pasmoso hundió su daga en el pecho del rebelde hasta la empuñadura.