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Don Silvestre se hubiera largado muy serio sin decir una palabra más; pero su amigo, agarrándole por las haldillas del chaquetón, le rogó que le escuchara. «Has hablado, Silvestre, como un libro; y guárdeme Dios de refutar lo más mínimo de tu discurso. Pero sabe que yo también reniego de la corte, y que la aborrezco con todos mis sentidos.

Desprendióse el niño, al oír esto, de los brazos de Lilí, que, saltando de alegría, le abrazaba, y exclamó con enérgica ira: ¡No!, ¡no!... ¡Papá, no!... ¿Pero por qué? dijo sorprendida Currita, agarrándole por un brazo. Forcejeaba el niño por desasirse, muy colorado y conmovido, y con los hermosos ojos llenos de lágrimas. ¿Pero por qué, por qué? repetía Currita.

De pronto, corrió a arrancarlo de los hombros de la niña, y dijo coléricamente: ¿Quién te ha mandado tomar mis cosas, descarada? ¿Es tuyo? ¡Entonces, eres mi mamá! ¿Verdad? ¡ eres mamá! prosiguió con júbilo infantil. Y antes de que Lady Clara hubiese podido evitarlo, había dejado ya caer la muñeca, y, agarrándole con ambas manos las faldas, se echó a bailar ante ella con sin igual desenfado.

Precedíalos muy solícito el muchacho; y quando hubiéron, llegado al puente, le dixo el ermitaño: Ven acá, hijo mio, que quiero manifestar mi agradecimiento á tu tia; y agarrándole de los cabellos le tira al rio. Cae el chico, nada un instante encima del agua, y se le lleva la corriente. ¡O monstruo, o hombre el mas perverso de los hombres! exclamó Zadig.

El joven bajaba la cabeza; agitábase su pecho con un penoso estertor, como si le ahogase el llanto al no encontrar salida en aquel cuerpo varonil. La emoción de Rafael, abrumado por aquella crueldad, enterneció a Leonora, haciéndola cambiar de tono. Se aproximó al joven, casi se pegó a él, y agarrándole la barba con sus finas manos, le obligo a levantar la cabeza.

El gitano miraba a todos lados con ojos de loco, y acabó por arrojarse a sus pies, agarrándole las manos con suplicante vehemencia. ¡Don Fernando! ¡Su mercé lo puee too!... ¡Su mercé hase milagros, si quiere! Mi prima... mi Mari-Crú... ¡que se muere, don Fernando, que se muere!...

Dos hombres le llevaban calle abajo, cada cual agarrándole de un brazo, y él, mirando con estupidez a sus conductores, repetía: ¡machacárselo! . A ratos se paraba, prorrumpiendo en risas de demente. Ya cerca de la iglesia aparecieron dos individuos de Orden Público, que viendo a Maxi en aquel estado, le recibieron muy mal.

Después, agarrándole fuertemente por los brazos, le arrastró hacia las chalupas. Ata a este hombre y llévale a bordo del junco dijo, dirigiéndose a Van-Horn . Lo tendremos prisionero hasta que acabe la pesca, y así le impediremos noticiar a su tribu que nos ha declarado la guerra. Lo ataré con quince metros de cuerda muy fuerte dijo el marinero . Veremos si es capaz de escaparse de la cala.

Y agarrándole por el brazo con solicitud cariñosa, le pasó de una acera a otra. Pronto ganaron la calle de las Urosas, y parados en la esquina, a resguardo de coches y transeúntes, volvió a decirle: «Tengo que hablar contigo, porque solo puedes sacarme de un gran compromiso; solo, porque los demás conocimientos de la parroquia para nada me sirven. ¿Te enteras ?

Tal era su dolor, que los estremecimientos, subiendo á lo largo de su espalda hasta la cabeza, erizaban sus rapados cabellos, haciéndolos crecer y enroscarse con la contracción de la angustia; hasta convertirse en horrible madeja de serpientes. Entonces ocurrió una cosa horrible. El fantasma, agarrándole de su extraña cabellera, hablaba por fin. Vine... vine decía tirando de él. Ven... ven.