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Se colocaron á ambos lados del velero, aproximándose á él de tal modo, que parecía que iban á aplastarlo con el encontrón de sus cascos. Varios cables metálicos surgieron de sus cubiertas para enroscarse en los palos de la goleta, aprisionándola, formando una sola masa de los tres buques, que siguieron unidos la lenta ondulación del mar.

Sería engañar a Dios, engañar al Magistral pensar en ese hombre ni un solo instante, ni siquiera para compadecerle.... ¡Oh! ¡qué hipócrita, qué gazmoña miserable sería yo si tal hiciera! ¡Qué romanticismo del género más ridículo y repugnante sería el mío, si después de tanta piedad que yo creí profunda, vocación de mi vida en adelante, volviera una pasión prohibida a enroscarse en el corazón, o en la carne, o donde sea!... ¡No, no! ¡Ridículo, villano, infame, vergonzoso, además de criminal! ¡Mil veces no!

De vez en cuando, a ras de la líquida superficie, surgía una mancha negra; las crestas de los cañaverales inundados; las copas de los árboles; vegetaciones extrañas y monstruosas que parecían enroscarse en la sombra. El silencio era absoluto. El río, libre de la opresión de la ciudad, no mugía ya; se agitaba y arremolinaba en silencio, borrando todos los vestigios de la tierra.

Las aguas toman vida; aquel que una vez tan sólo las ha visto venir rugiendo por el declive violento del río, enroscarse sobre mismas, caer atormentadas y frenéticas al peldaño gigante, y de allí lanzarse al abismo, en medio del estertor que resuena en la montaña y va a herir el oído del viajero que cruza silencioso las cumbres, aquel que ha visto ese cuadro, no lo olvida jamás, aunque vuelva a habitar las llanuras serenas, los campos sonrientes o las vegas llenas de flores.

Era la voz oratoria de su amigo, en torno de la cual parecían enroscarse como suaves lianas las dos voces prudentes y tímidas de la pareja amorosa. Luego, fingiendo interesarse mucho por lo que decía el conferencista, se llevó á un ojo la lente de aumento.

Tal era su dolor, que los estremecimientos, subiendo á lo largo de su espalda hasta la cabeza, erizaban sus rapados cabellos, haciéndolos crecer y enroscarse con la contracción de la angustia; hasta convertirse en horrible madeja de serpientes. Entonces ocurrió una cosa horrible. El fantasma, agarrándole de su extraña cabellera, hablaba por fin. Vine... vine decía tirando de él. Ven... ven.

Por tercera vez salió la llama del montón, próximo ya á convertirse en hoguera, y envolvió con una horrenda caricia la cabeza del zorro, el cual, tratando de huirla, principió á enroscarse, lanzando al mismo tiempo continuos chillidos.

Cayé cortó doce tacuaras sin más prolija elección, y Podeley, cuyas últimas fuerzas fueron dedicadas a cortar los isipós, tuvo apenas tiempo de hacerlo antes de enroscarse a tiritar. Cayé, pues, construyó solo la jangada diez tacuaras atadas longitudinalmente con lianas, llevando en cada extremo una atravesada. A los diez segundos de concluída se embarcaron.

Le acompañaron hasta la meseta de Marchamalo, y de nuevo fueron a enroscarse bajo las arcadas, reanudando su dormitar receloso que se desvanecía al menor ruido. Rafael se detuvo un momento en la plazoleta, para reponerse de este encuentro. Se arregló la manta sobre los hombros y cerró la navaja que había sacado para hacer frente a las hurañas bestias.

Este adversario resultaba más temible que todas las muchedumbres aporreadas y perseguidas por él en las calles de la capital. Cuando se consideraba libre para siempre de los pigmeos, era su prisionero y sólo podía esperar la muerte. Asomó cautelosamente su cabeza por las bordas de la embarcación, pronto á retirarla antes de que un nuevo cable viniera á enroscarse en su cuello.