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Actualizado: 1 de noviembre de 2025


Lo que siguió fué más agradable, la mujer del domador, vestida con un traje de lentejuelas, entró en la jaula del león, jugó con él, le hizo saltar y ponerse de pie, y después Linda dió dos o tres volatines y vino con un monillo vestido de rojo a quien obligó a hacer ejercicios acrobáticos. El espectáculo concluía. La gente se disponía a salir. Martín vió que el domador le miraba.

Al volver Rafaela y al ver a Juanita vestida de gala, tuvo nuevo motivo de admiración. Juanita y la criada encendieron después los tres velones que tenían, cada uno con cuatro mecheros. Encendieron además veinte o veintidós velas de cera, y lo iluminaron todo tan ricamente, que la casa parecía aderezada para una solemne fiesta.

Semejante á ésta por el interés que inspira y por la imperfección de las diversas partes del conjunto, es Don Lope de Cardona. El príncipe Don Pedro de Aragón ha dado muerte en un torneo al hijo del rey de Sicilia; y en su consecuencia se ha declarado la guerra entre los dos países. Lope de Cardona, capitán de las tropas aragonesas, vuelve vencedor y aguarda ser recibido, al desembarcar en Valencia, con las más vivas demostraciones de alegría; en vez de esto, encuentra cerradas las puertas: un carro cubierto con negros paños se le acerca, apeándose de él una dama, vestida también de negro. Esta dama es Casandra, su esposa, que le cuenta que el príncipe Don Pedro la ha requerido de amores, y que el padre de Lope, llamado Don Bernardo, ha salido á la defensa de su honor, sacando su espada contra el Príncipe en el calor de la contienda. El anciano Bernardo, á causa de su precipitación en obrar, ha sido acusado de crimen de alta traición y encerrado en la cárcel, y el Príncipe, lleno de ira, se ha dado trazas de predisponer contra toda la familia de Cardona al bondadoso y justo Rey. Casandra aconseja la huída á su esposo, pero él, confiado en su inocencia, se presenta al Rey, refiere los grandes servicios que ha prestado al trono, y hace valer las razones que disculpan el hecho de su padre, pidiendo que sea puesto en libertad y que él entre en su lugar en la cárcel. El Rey se opone á ello, cediendo á la influencia del Príncipe, y destierra mientras viva al capitán que le ha ganado una de las más brillantes victorias. Lope, pues, se embarca para Nápoles en compañía de su esposa, á la cual intenta retener en vano el príncipe Don Pedro; naufraga en las costas de Sicilia y arriba á la playa, cayendo en manos de Roger, á quien ha vencido en la guerra. Regocíjase éste al apoderarse de tan famoso guerrero, y se esfuerza en atraerle á su servicio, ya haciéndole las más lisonjeras promesas, ya amenazándolo; pero nada es bastante para quebrantar la fidelidad de Lope á su soberano, por grande que sea la injusticia con que lo trata. Roger aprisiona entonces á Casandra, y la conmina con la muerte si su esposo no accede á sus deseos; Lope sucumbe á esta prueba dolorosa, se pone al frente de la armada, y llega con numerosos buques á Valencia. Para economizar la sangre de sus conciudadanos y antiguos compañeros, exhorta á los aragoneses á decidir la contienda por medio de un combate singular. Es aceptada su proposición, y Pedro, para saciar su odio contra los Cardonas, nombra á Bernardo, todavía preso, para pelear contra su hijo. Los combatientes se presentan con la visera calada y sin conocerse; cáese el yelmo de uno, y ambos se reconocen en el momento en que se disponían á pelear hasta la muerte; obstínanse los dos en morir uno por otro; por último, Lope persuade á su padre á que huya, y que pretexte que su enemigo es el príncipe Don Pedro, contra el cual no ha querido levantar su leal mano. La princesa de Sicilia, enamorada de Don Pedro, se ha esforzado mientras tanto en atraerlo á una entrevista, para la cual debe serle útil Casandra, invitándolo á venir á su casa.

Como presumía de buen cuerpo y usaba corsé dentro de casa, aquella parte que le faltaba la suplió con una bien construida pelota de algodón en rama. A la vista, después de vestida, ofrecía gallardo conjunto; pero tras de la ropa, sólo la mitad de su seno era de carne; la otra mitad era insensible y bien se le podía clavar un puñal sin que le doliese.

Pero unos pensamientos muy extraños. Una vez me la imaginé vestida con todos los perifollos de las elegantes de Madrid, y me produjo la visión de lo imaginado tan deplorable efecto, que di un respingo en la silla.

Al parecer, mi abuela recibió del cónsul de un pueblo de Irlanda una carta participándole que Juan de Aguirre había muerto. ¿Pero era verdad? La Iñure aseguró, rotundamente, que no. Recuerdo muy bien el día del funeral; tan grabado quedó en mi memoria. Mi madre me despertó al amanecer; ella estaba ya vestida de negro; yo me vestí rápidamente, y salimos los dos al camino con la Iñure.

Al despedirse le dijo que vendría de noche a buscarla para ir a un teatrito por horas, y que estuviese ya vestida y no se hiciese esperar. La sonrisa cruel que plegaba sus labios al bajar la escalera inspiraba frío y miedo. ¡Pobre niña! ¡Cuán ajena estaba del pensamiento que bullía en la mente de aquel hombre egoísta, sin entrañas!

Traía de la mano a una doncella, al parecer de hasta diez y seis años, vestida de camino, tan bizarra, tan hermosa y tan gallarda que a todos puso en admiración su vista; de suerte que, a no haber visto a Dorotea y a Luscinda y Zoraida, que en la venta estaban, creyeran que otra tal hermosura como la desta doncella difícilmente pudiera hallarse.

Mi vecina acababa de desaparecer tras las cortinas de la suya; al sentir mis pasos, sacó la cabecita y me largó un good evening, sir! que esta vez no me pareció del todo exento de picardía. ¿Qué mujer no tiene un grano de malicia, a veces inconsciente, esparcido en la sangre? Yo creí que se recostaría simplemente, vestida como estaba.

La duquesa se levantó como movida por un resorte y corrió hacia su hija; pero ésta no tenía necesidad de apoyo. Besó a su madre y con paso firme y resuelto, el paso de los mártires, avanzó hasta la cama. Iba vestida de blanco, como Paulina en el quinto acto de Poliuto. Un pálido rayo del sol de enero caía sobre su frente, formando como una aureola.

Palabra del Dia

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