United States or Nepal ? Vote for the TOP Country of the Week !


Lo ignoro, señor; pero su excelencia la señora condesa de Lemos, vuestra hija, pregunta por vuecencia y viene tras de y vestida de casa. ¡Vestida de casa! , señor, y siento ya las fuertes pisadas que bastan para adivinar que se acerca su excelencia. ¡Oh! ; mi hija es muy buena moza, ¿no es verdad? ¡Señor, yo no he querido decir!...

¡Qué aparición, querido mío, la de aquella niña olvidada, demacrada, vestida con una bata blanca, flexible y sedosa, que le daba un aspecto de figura antigua! Con sus cabellos obscuros separados en la frente y unidos por detrás en una gruesa trenza, y con el tímido asombro de sus ojazos, un poco hundidos, parecía un ser celestial.

Lo mismo la veían en las principales calles elegantemente vestida o en el Campo de la Feria en un lujoso carruaje, como se presentaba despeinada y envuelta en un mantón copiando el andar de las mozas bravas y contestando a los requiebros de los hombres con palabras que ruborizaban a muchos.

Si es verdad que estoy loco, mi locura empezó el día que almorcé con ella. El no verla me tenía de muy mal humor. La esperaba. Sin embargo, Amparo no venía. Pasó el tiempo, y llegó el último día del mes. Yo esperaba que la señora Adela sería puntual, y no me engañé. Se me presentó más pobremente vestida que lo que yo esperaba, y sin saludarme ni sentarse me dijo: Vengo a...

Tras ellas venía la condesa Trifaldi, a quien traía de la mano el escudero Trifaldín de la Blanca Barba, vestida de finísima y negra bayeta por frisar, que, a venir frisada, descubriera cada grano del grandor de un garbanzo de los buenos de Martos.

Al siguiente, hizo el viaje en balde: procuró distraerse mirando y remirando a cuantas pasaban; mas en vano. Acaso no faltasen en el paseo mujeres guapas y elegantes, pero todas se le antojaron cursis o feas. La de bonitos pies, tenía el cuerpo atalegado; la de cintura esbelta, era antipática de rostro; la bien vestida, horrible; la hermosa, iba hecha un adefesio. ¿Sería cosa providencial?

Juanita Vélez, doncella cuarentona, larga y enjuta, por el estilo de su padre, lacia de pelo, de buenos ojos y muy regulares facciones, vestida de finas telas, pero muy antiguas; presuntuosamente simple el corte de su atalaje, pero también algo anticuado; y, por último, Manrique, el menor de los Vélez, hermano de Juanita, un giraldón desvaído y soso, con la boca muy grande y los dientes amarillos, mucho pie, largas piernas y bastante nuez.

Era como el espíritu familiar de la Universidad, la Palas Atenea de aquel amurallado recinto del saber; una Palas Atenea vestida de máscara. También la ciencia oficial del establecimiento se envestía, con harta frecuencia, disfraces de mamarracho.

Cuando se abrió la puerta del aposento de doña Clara, Dorotea, al reflejo de una luz que tenía en la mano una mujer, vió que aquella mujer era doña Clara y que la acompañaba un hombre. Vió que aquel hombre era don Juan Téllez Girón. Vió que doña Clara estaba negligentemente vestida, pálida, y con la palidez más hermosa, y el semblante iluminado por una ardiente expresión de felicidad.

Se interrumpió, se puso muy encarnada y permaneció delante de Mauricio, asombrada é inquieta por haber hablado tanto. El joven la miraba con un placer manifiesto. Herminia estaba vestida con un traje de batista muy clara y en el terraplén, sobre un fondo de follaje, coronado de racimos, su silueta se dibujaba de un modo encantador para un artista.