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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Por supuesto, él no se dignaba sentarse a la mesa: abajo, en la portería, recibía su buena ración y se iba tan contento. Y hoy, ¿dónde has almorzado? preguntó Susana con timidez. ¡Ah! ¡Nanita, qué picarona! ¿De modo que las santas se permiten también ser maliciosas? Pues hoy almorcé... allá. ¿Dónde... allá? Pues, en casa de la tía Silda. ¡Ah! hizo Susana. ¡Qué enferma había estado la tía Silda!

Desde el siguiente día comenzó Sarto a instruirme en mis regios deberes, a explicarme lo que tenía que saber y hacer, y la primera lección duró tres horas. Almorcé apresuradamente, con Sarto siempre frente a , diciéndome que el Rey bebía vino blanco en el almuerzo y que detestaba los platos picantes.

Recibí un alegrón y casi no almorcé, con el afán de ir a visitarle y poner en ejecución mi proyecto. Tan luego como engullí el último bocado y pasé por el cuarto para recoger el bastón y los guantes, abrí la cancela y me dispuse a salir a la calle.

Y alardeando de apasionada y ofendida, se levantó con el pelo suelto yendo a ponerse de media anqueta en un brazo de la butaca donde él estaba, diciendo: Anda pichón, dime todo lo que has hecho, y si mientes... te ahogo. Pues, mira: ayer me levanté a las doce, almorcé, y a las dos me tenías en el Consejo magno de ferrocarriles Hispánicos. ¿Y qué pito tocas allí?

El dia cinco de noviembre, á las ocho de la noche, estaba yo en Paris; el dia seis, es decir el siguiente, á las doce de la mañana, almorcé en Basilea, Suiza. Esto no necesita comentarios; con nada se recompensa tal manera de viajar.

Viendo, pues, que yo no podía igualarle en el acierto, quise intentarlo con la diligencia, y para conseguirlo, me levanté á las dos de la mañana y á las once acabé mi parte; salí á buscarle, y halléle en el jardín muy divertido con su naranjo que se helaba; y, preguntando cómo le había ido de versos, me respondió: A las cinco empecé á escribir; pero ya habrá una hora que acabé la jornada, almorcé un torrezno, escribí una carta de cincuenta tercetos y regué todo este jardín, que no me ha cansado poco.

¡Ah! ya vuelve usted a ser el que era: el usted me hacía daño: por lo demás veamos lo que soy: una muchacha que en vez de vivir en un tabuco, vive en un bonito cuarto: que viste seda y que borda, cose, canta, atormenta un piano y enseña lo que se enseña en España en un colegio. Esta es toda la diferencia: por lo demás, pienso hoy de la misma manera que pensaba el día en que almorcé con usted.

Si es verdad que estoy loco, mi locura empezó el día que almorcé con ella. El no verla me tenía de muy mal humor. La esperaba. Sin embargo, Amparo no venía. Pasó el tiempo, y llegó el último día del mes. Yo esperaba que la señora Adela sería puntual, y no me engañé. Se me presentó más pobremente vestida que lo que yo esperaba, y sin saludarme ni sentarse me dijo: Vengo a...

Resuelto el problema de los minutos, me encontré en una feliz disposición de ánimo y almorcé con apetito. Por la tarde fui al palacio de Padul, según había prometido a Gloria. Isabel estaba en casa de las de Enríquez. El conde se disponía a salir en coche, a ver los toros que debían lidiarse al día siguiente.

Palabra del Dia

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