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A ella dedicó el mismo Abd-el-rhaman los tan famosos versos: tambien, insigne palma, eres aqui forastera; De Algarbe las dulces auras tu pompa halagan y besan: En fecundo suelo arraigas y al cielo tu cima elevas: Tristes lágrimas lloráras, si cual yo sentir pudieras: no sientes contratiempos, como yo de suerte aviesa; A de pena y dolor contínuas lluvias me anegan; Con mis lágrimas regué las palmas que el Forat riega; Pero las palmas y el rio se olvidaron de mis penas.

En su tiempo, mamá me dejaba tener tiestos en el balcón: después me los quitaron, porque un día regué tanto, que subió el policía y nos echaron multa. Siempre que paso por un jardín, me quedo embobada mirándolo. ¡Cuánto me gustaría ver los de Valencia, los de la Granja, los de Andalucía!... Aquí apenas hay flores, y las que vemos vienen por ferrocarril, y llegan mustias.

Viendo, pues, que yo no podía igualarle en el acierto, quise intentarlo con la diligencia, y para conseguirlo, me levanté á las dos de la mañana y á las once acabé mi parte; salí á buscarle, y halléle en el jardín muy divertido con su naranjo que se helaba; y, preguntando cómo le había ido de versos, me respondió: A las cinco empecé á escribir; pero ya habrá una hora que acabé la jornada, almorcé un torrezno, escribí una carta de cincuenta tercetos y regué todo este jardín, que no me ha cansado poco.

El cura me apretaba la mano fuertemente, y yo besé la suya, que regué con unas lágrimas que hacía años no había podido derramar. Cuando hubo pasado aquel momento de profunda emoción, el cura se apresuró a presentarme a dos personas respetabilísimas, sentadas cerca de nosotros y que no habían sido las que menos se conmovieran con el relato del maestro de escuela.