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Respingó sobre la silla don Alejandro al sentirse acometido tan de golpe y tan de lleno por aquella pregunta, y, después de unos instantes de silencio, preguntó él, a su vez: Y si yo te dijera que los hay, ¿qué me responderías ? Sin vacilar respondió Nieves: Que esos planes tienen la culpa de que yo no me entusiasme con la noticia que me has dado.

¡Ay, hijo de mi alma! me respondió, sentándose a mi lado y palmoteando sobre mi espalda con su mano derecha . ¡Cómo te engaña el bien querer! Cierto que no soy lo que te pinté en mis cartas, sin faltar a la verdad, porque desde que me diste el que te pedía en ellas, esponjé de pronto medio palmo, por un respingo de la alegría que aún me dura... ¡Qué cosas, hombre! ¡Quién había de decirme a , poco tiempo hace, que el caer o no caer de repente un roble viejo, podía depender de!... Vamos, que cuanto más se vive, más se aprende. Pero adentro de la viga anda la carcoma; asegúrotelo yo que la siento roer sin hora de descanso. (Aquí un amago de tos convulsiva.) ¿No te lo dije? Pues a la vista le tienes ya. ¡

Usted sería de los auxiliares, como mi primo Pepe, dijo Aresti; de los que defendían la villa. Goicochea dió un respingo en su asiento, pero en seguida recobró su aspecto plácido y contestó con humilde sonrisa: ¡Quia, no señor! Yo estaba con los otros: era sargento en un tercio vizcaíno y llevaba la contabilidad... Cosas de muchachos, don Luis: calaveradas.

Y cuando ya los dos se estaban alarmando, por aquella quietud momificada de su huésped, éste dió un respingo en la silla y dijo, con la voz entera y sonora. Perdone un momento, don Juan; me van ustedes a permitir unas preguntas, y aunque les parezcan extrañas han de responderme sin hacer comentarios, ¿no?

Lisonjeó mucho a la Tribuna el ver que se habían con ella lo mismo que con las señoritas, y auguró bien del rendido galán. Mas tan luego como la noche cauta señoreó absolutamente el escenario, Baltasar creyó poder apoderarse a hurto de una mano morena, hoyosa y suave al tacto como la seda. Amparo pegó un respingo. Estese usted quieto.... Y va de dos veces que se lo digo, caramba.

Alcaparrón dio un respingo para librarse de la garra del aperador, y moviendo las manos con ademanes femeniles, acabó por persiguarse. ¡Uy!, zeñó Rafaé y qué malo que es uzté... ¡Jozú! ¡y qué cosas dice este hombre!

Un mozo se llegó á nuestra mesa. Pedí dos chuletas de carnero. ¡Deux côtelettes de mouton! gritó el mozo con una bizarría de voz tal, que mi mujer estuvo á pique de dar un respingo. A poco estaban allí las dos chuletas, una racion de pan y una botella de vino Macon.

Pero unos pensamientos muy extraños. Una vez me la imaginé vestida con todos los perifollos de las elegantes de Madrid, y me produjo la visión de lo imaginado tan deplorable efecto, que di un respingo en la silla.

El marqués, que estaba realmente al tanto de los manejos de la política reaccionaria, siguió perorando, y Carmen Tagle dejó de prestar atención para ponerla a lo que pasaba a sus espaldas, detrás de un caballete de terciopelo rojo, medio cubierto airosamente con una pieza de seda del siglo XVI, sobre la cual se destacaba una linda acuarela de Worms. Asomaban por entre las rojas patas del caballete las faldas de una dama y las piernas de un caballero, y eran estos incógnitos María Valdivieso y Paco Vélez, que sostenían allí hacía media hora una pelotera de dos mil demonios. La colegialita Lucy alargaba también la oreja a ver si pescaba algo, y pescó, en efecto, por dos o tres veces, el nombre de Isabel Mazacán y el de cierto actual ministro, muy joven y muy guapo, llamado García Gómez. A poco hizo otra pesca más gorda: habíasele escapado a la dama un iracundo ¡Canalla! y al caballero una grosera palabrota que hizo a Lucy pegar un respingo, poniéndose muy colorada, y a Carmen Tagle exclamar entre dientes, con su proverbial frescura:

Al oír mentar á los jesuítas, Urquiola dió un respingo en su asiento. Ahora se sentía en terreno fuerte: era como si atacasen á su familia. Y miró á las dos mujeres, como invitándolas á que presenciasen el gran vapuleo que iba á dar al impío... ¿Qué tenía que decir de los jesuítas? Eran unos sacerdotes sabios, prudentes y buenos, que se sacrificaban por dirigir á las gentes hacia la virtud. Ellos, siguiendo al glorioso San Ignacio, habían contenido la infernal propaganda de Lutero, atajando la revolución religiosa, prestando á los pueblos latinos la gran merced de evitarles este contagio. Eran el brazo derecho del Papa; los que mantenían en toda su pureza el catolicismo. ¿Y sabios?...