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Actualizado: 29 de junio de 2025


Impuesto el Comandante de esta série de calamidades, y que era muy conveniente atajarlas en sus principios, bien persuadido que con el retardo ó circunspeccion tomarian mas incremento y autoridad los nuevos caudillos, haciéndose en cada momento de mayores fuerzas, dispuso saliesen á su encuentro tres destacamentos, compuestos de tropa veterana y de milicias, que por distintos caminos llegasen á un tiempo al paraje donde se hallaba acampado Pedro de la Cruz Condori, le atacasen de acuerdo, y procurasen su captura.

El aumentar obras y costos, con decir que los indios pueden sorprender dormidos á los blandengues, es cosa que no cabe en buen juicio: porque con mas descuido y descanzo se podrian dormir detras de muchas trincheras, en cuyo caso de nada servirian, si los indios las atacasen.

No había cuidado de que atacasen á los barcos indefensos, como en los mares del Norte. Sus tristes hazañas de allá habían sido impuestas por las circunstancias, por el sano deseo de terminar cuanto antes la guerra dando golpes aterradores é inauditos. Te aseguro que en nuestro mar no harán nada de eso.

En esto se gastó buena parte de la noche, y habiendo tomado un poco de sueño, al despuntar el alba se tocó á marcha, mandando los oficiales que puestos en orden los soldados, y con el fusil en punto, avanzasen á vista de los enemigos y si no rindiesen las armas, los atacasen.

Al oír mentar á los jesuítas, Urquiola dió un respingo en su asiento. Ahora se sentía en terreno fuerte: era como si atacasen á su familia. Y miró á las dos mujeres, como invitándolas á que presenciasen el gran vapuleo que iba á dar al impío... ¿Qué tenía que decir de los jesuítas? Eran unos sacerdotes sabios, prudentes y buenos, que se sacrificaban por dirigir á las gentes hacia la virtud. Ellos, siguiendo al glorioso San Ignacio, habían contenido la infernal propaganda de Lutero, atajando la revolución religiosa, prestando á los pueblos latinos la gran merced de evitarles este contagio. Eran el brazo derecho del Papa; los que mantenían en toda su pureza el catolicismo. ¿Y sabios?...

Aquí mismo, en tu país, te alcanzará su venganza. ¡Huye! No adónde podrás ir para verte libre de ellos; pero créeme... ¡huye! El marino salió de su despectiva indiferencia. La cólera dió un brillo hostil á su mirada. Se indignó al pensar que aquellos extranjeros podían perseguirle en su patria: era como si le atacasen dentro de su mismo hogar. El orgullo nacional aumentó su cólera.

Allí están las chozas de piedra bruta, y luego pulida, de los primeros hombres: la ciudad lacustre del tiempo en que levantaban las casas en el lago sobre pilares, para que no las atacasen las fieras; las casas altas, cuadradas y ligeras, de mirador corrido, de los pueblos de sol que eran antes las grandes naciones, el Egipto sabio, la Fenicia comerciante, la Asiria guerreadora.

Entre la patulea de beodos, dos seides de Trampeta, carcelero el uno, el otro alguacil, trataban de calentar a algunos de los que chillaban más fuerte, para que atacasen la morada del abogado; señalaban a la puerta, indicaban con ademanes elocuentes lo fácil que sería echarla abajo y entrar.

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