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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Traspasado el corazón de lástima, se despidió de la infeliz patulea, y aunque se mostraron las dos mujeres agradecidas, bien se conocía que algún reconcomio se les quedaba dentro del cuerpo por no haber recibido el socorro que esperaban.
Entre la patulea de beodos, dos seides de Trampeta, carcelero el uno, el otro alguacil, trataban de calentar a algunos de los que chillaban más fuerte, para que atacasen la morada del abogado; señalaban a la puerta, indicaban con ademanes elocuentes lo fácil que sería echarla abajo y entrar.
Al través de las vidrieras de Barbacana penetraba, junto con el sonido de los hórridos instrumentos y descompasada gritería, vaho vinoso, el olor tabernario de aquella patulea, ebria de algo más que del triunfo. El arcipreste se enderezaba los espejuelos; su rostro congestionado revelaba inquietud. El cura de Boán fruncía el cano entrecejo. Don Eugenio se inclinaba a echarlo todo a broma.
Lo he trincao contestó Cafetera con acento sublime. ¡Mágica palabra! Con ella dió el neófito, sin sospecharlo, una idea de su capacidad futura. Aquella cabeza chata, crespa y enmarañada, se había engrandecido á los ojos de la patulea con la aureola del genio; el chico prometía mucho.
El jefe de los pescadores y el contramaestre, agarrados del brazo, bailaban en torno de los barriles, declamando versos chinos. Ninguno de aquellos beodos se acordaba de los salvajes, ni mucho menos del Capitán y sus compañeros, a quienes daban ya por muertos y asados. Van-Stael, arrebatado de furor, se lanzó en medio de aquella patulea de borrachos, gritando: ¡Miserables! ¿Qué habéis hecho?
Insinuándosele éste con un discreto tirón de la levita, le llevó hasta el pasillo más obscuro, y allí le dijo muy callandito: ¡Animo, amigo mío! La cosa marcha bien. ¡Firme con ellos, y cuidado con dejarse seducir por esa patulea de hambrientos! Su título de usted está firmado ya, y el empréstito cubierto, a juzgar por las últimas noticas transmitidas al Gobierno.
Llegué yo y me lo encontré con las enaguas levantadas... Gracias que no se le antojó hacerlo sobre el puff... lo hizo en la coquera... He tenido que cerrar la sala, porque me destrozaba todo. ¿Has visto cómo ha puesto el nacimiento? A Ramón le hizo muchísima gracia... y salió a comprar más figuras; porque si no, ¿quién aguanta a esta patulea? No puedes figurarte la que se armó aquí anoche.
Así como todo lector cándido y crédulo podrá inferir después de leer La sima que es una abominable patulea la mayoría de los seres humanos, la lectura de otra flamante novela que tengo sobre mi mesa, y cuyo título es Nieve y cieno, puede inducir en error menos cruel, pero no menos evidente. ¿Es verosímil, es frecuente en la vida real que haya un gran conjunto de hombres y de mujeres apacibles, sencillos, virtuosos y buenos a carta cabal, los cuales vivirían feliz y honradamente en un perpetuo y almibarado idilio, si no hubiese un tirano que les impusiese su yugo, que los tratase a puntapiés y que los dominase a su antojo, como fiero y rústico pastor a rebaño manso e inerme.
Palabra del Dia
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