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Actualizado: 1 de noviembre de 2025
Y en esas horas amargas, D. Amaranto llega a su mezquino mechinal, donde le aguarda su mujer, triste, enferma y mal vestida, y cuatro niñacos, como cuatro ruinas, en cuyos ojos candorosos, al mirar tan desolada pobreza, hay quizá un poco de recriminación hacia los que en un momento de lujuria ciega les trajeron a una vida tan sórdida, tan cruel y tan miserable. Nadie le pregunta nada.
Un día de procesión la ha tenido Fidel enfrente de sus ojos, durante tres horas, en el balcón de unas amigas, emancipada, sin velo en cuerpo gentil, vestida de claro, movible contenta, sonriente..... ¡Qué transfiguración! ¡Qué liberalidad! ¡Qué tesoros! ¡Qué delicia!
El doctor la entretenía, se enteraba pacientemente de sus murmuraciones sobre las amigas, la daba consejos acerca de vestidos y joyas, recordando in mente sus tratos con ciertas amigas de París, encargaba para ella periódicos de modas, y halagaba su vanidad, afirmando que era la señora mejor vestida de Bilbao.
Lo iban á ascender de un momento á otro: figuraba entre los propuestos para la Legión de Honor. Don Marcelo se veía en lo futuro padre de un general joven, como los de la Revolución. Contempló los bocetos en torno de él, admirándose de que la guerra hubiese torcido de un modo tan extraordinario la carrera de su hijo. Al volver á casa se cruzó con Margarita Laurier, que iba vestida de luto.
Paciencia y barajar, como se dice en nuestro país. Estoy asomado al balcon, y al inclinar la vista un poco hácia la izquierda, casi frente por frente, á través de los vidrios de un balcon principal, veo una mujer vestida de luto, jóven, muy blanca, más blanca de lo que realmente es, porque va vestida de negro.
Era esta una mujer de edad madura, agujereada como una espumadera por las viruelas, chata de frente, de ojos chicos. Viendo a la chiquilla vestida se escandalizó: ¿a dónde iría ahora semejante vagabunda? A misa, señora, que es domingo.... ¿Qué volver con noche ni con noche? Siempre vine con día, siempre.... ¡Una vez de cada mil! Queda el caldo preparadito al fuego.... Vaya, abur.
Al decir esto los ojos de Teresina se fijaron sin miedo en los de su amo. ¿No dice a qué viene? No ha dicho nada más. Pues que pase. Petra se presentó sola en el despacho, vestida de negro, con el pelo de azafrán sobre la frente, sin rizos ni ondas, con los ojos humillados, y con sonrisa dulce y candorosa en los labios. El Magistral la reconoció.
Iba, pues, a darle una respuesta evasiva cuando le vi dirigirse apresuradamente al otro extremo del andén y saludar a una joven bonita y muy elegantemente vestida, que acababa de dejar la sala de espera. Podría tener unos treinta o treinta y dos años y era alta, morena y algo gruesa.
En el corredor, junto a la escalera, encontró a la enfermera; se hallaba completamente vestida, y sus ojos brillaban. ¡Doctor! murmuró. Estaba tan emocionada, que no podía continuar. ¡Doctor! repitió, sin alzar la voz. ¡Ah, es usted! ¿No se ha acostado todavía? Es ya tarde. ¡Doctor! ¿Qué hay? ¿Necesita usted algo? ¡Doctor! Le faltaron ánimos. ¡Quería decirle tantas cosas!
Con tales aprestos, D. Joaquín, mejorado de facha, empezó a ganar amigos; y Rafaela, bien vestida, mejor hablada, decorosa e insinuante, fue haciendo olvidar su vida pasada, se introdujo poco a poco entre la flor y la crema de la sociedad, abrió sus salones y convidó a su mesa a lo más encopetado y aristocrático de todo el Imperio: a los poetas, a los Ministros, a los oradores, a los diplomáticos y a los militares.
Palabra del Dia
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