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Actualizado: 1 de noviembre de 2025
Del mismo modo que ella para librarse de las persecuciones iba vestida de mujer, su amante había abandonado el traje femenil, imitando la semidesnudez de los atletas condenados á las faenas rudas. La suciedad propia de su estado le servía para disimular su rostro.
Verse obligadas á decirme tan enorme mentira para poder comer...» De pronto, una de estas mujeres llamó su atención. Era semejante á las otras, y, lo mismo que ellas, le miraba atrevidamente, con ojos provocadores. ¡Pero estos ojos!... ¿Dónde había visto él estos ojos? Iba vestida con una elegancia miserable.
Vuelvo a mi peregrinación a través de las calles. Pasan labriegos con sus largas cabazas amarillentas, de cogulla a la espalda; luego, de tarde en tarde, una vieja, vestida de negro, arrugada, seca, pajiza, abre una puerta claveteada con amplios chatones enmohecidos, cruza el umbral, desaparece; una mendiga, con las sayas amarillentas sobre los hombros, exangüe la cara, ribeteados de rojo los ojuelos, se acerca y tiende su mano suplicante.
En medio de la confusión pocos habían notado la presencia de la extranjera. Era ésta una joven de veinte años apenas; cabellos de un rubio azafranado, cortos, peinados como los de un hombre; ojos claros y mirada fría; estatura más bien pequeña: estaba vestida de negro de pies a cabeza.
Vista a cierta distancia, en el momento en que caminaba a través del cementerio y descendía a la aldea, Eppie parecía vestida de blanco inmaculado, y sus cabellos producían el efecto de esos reflejos de oro que se ve en las azucenas. Una de sus manos se apoyaba en el brazo de su marido y con la otra oprimía la de su padre Silas.
Señaló discretamente á una señora entrada un años, pintarrajeada y modestamente vestida, á la que acosaban con manoteos y gestos de súplica otras dos, jóvenes y elegantes. Se adivinaba que habían entrado allí únicamente para tratar un asunto, lejos de la curiosidad de las salas de juego. Solicitan un préstamo, y ella se resiste continuó Castro . Tal vez es el segundo ó tercero de la tarde.
Salió a servirlos una hija suya, vestida en traje morisco, y en él tan hermosa, que las más gallardas cristianas tuvieran a ventura el parecería: que en las gracias que Naturaleza reparte, también suele favorecer a las bárbaras de Citia, como a las ciudadanas de Toledo.
Era fuerte, valiente, tímida, tostada por el sol y por el aire del mar, con las cejas un poco juntas. Aquel día estaba vestida de fiesta: llevaba una blusa clara, una falda azul, medias rojas y alpargatas blancas. Cualquier cosa la confundía y la turbaba. Me pareció ser una excelente amiga para Mary y que la tenía mucho afecto. Mary me dijo que ellas iban al faro.
Delante de ella había un velador con libros y papeles. D. Valentín estaba allí, sentado en una silla, y no muy distante de su mujer. El aspecto de Doña Blanca era noble y distinguido. Vestida con sencillez y severidad, todavía se notaban en su traje cierta elegancia y cierto señorío. Tendría Doña Blanca poco más de cuarenta años.
Sacramento se casó primorosamente vestida de blanco, adornado el traje de azahar, en actitud humilde, el pecho anheloso, las miradas entre pudorosas e inquietas, la tez descolorida cual si palideciese ante la inevitable proximidad de las caricias... y allá en el fondo del alma la imaginación alegre y licenciosa como ramera triunfante.
Palabra del Dia
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