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Actualizado: 21 de junio de 2025
El P. Gil, sacudido por un estremecimiento de tristeza y compasión, comenzó a llorar. Gracias... gracias por esas lágrimas dijo el enfermo sonriendo. Al mismo tiempo dejó caer su mano, trasparente como la porcelana, sobre la del sacerdote y la apretó suavemente. Hubo un largo y triste silencio. El P. Gil, con la mirada extática, clavada en el balcón, meditaba.
Soledad le cogió de la mano, le condujo suavemente hasta el ángulo más oscuro de la tienda y, echándole los brazos al cuello, le dijo: Se me ofrece esto. Y al mismo tiempo cubrió de apasionados besos su rostro. El guapo se dejó besar con condescendencia.
En ese instante se abrió muy suavemente la puerta de la cocina, y por la abertura, no más ancha que la mano, ella se escurrió en la habitación. No se había quitado el delantal; su rostro estaba tan blanco como él, y los labios le temblaban. Bienvenido seas, Roberto le dijo tímidamente por detrás, pues él se había vuelto hacia mí.
Toda la austeridad de mi vida durante veinte años, todo mi primer amor, suavemente conservado en la memoria con afán religioso y puro como rescoldo del fuego sagrado entre las cenizas del ara, y mi orgullo y el respeto debido al nombre que llevo y a mi decoro de honrada y casta matrona, todo se desvaneció y falleció en mi alma al ver tu rostro y al oír tus palabras, acaso desde la vez primera que me hablastes.
En cuantito lo sepa la madre, ya le está a usted llamando... váyase, váyase, criatura, si no quiere que le secuestren. Le repito que tendré mucho gusto en ello. Aquí aguardo a que me llame. La hermana entró en el cuarto, y salió a los pocos momentos. ¡No se lo decía! exclamó. Entre, entre, pobrecito, y no eche la culpa a nadie, que usted se la ha tenido. Y al mismo tiempo me empujaba suavemente.
Acabo de hacerte la mitad de mi confesión, querida madre y súbitamente la joven se ruborizó, aquí está la otra: amo a Juan. La señora Aubry levantó suavemente la cara de su hija, apoyada siempre en su pecho, y mirándola, con tono grave le dijo: ¿Amas a Juan? ¿Estás bien segura? No vayas a equivocarte esta vez. ¡Sufriría tanto ése!...
¿Por qué no ha llamado usted? Era inútil; no hay más que darle la poción calmante prescripta por el doctor, pero, esta vez, no lo calma nada; tuvo, hace poco, un síncope corto; creo que ahora está un poco mejor. Por prudencia acabo de telefonear al médico. Juan pasaba suavemente por la frente del enfermo un pañuelo mojado en éter.
Lucía no se apartaba de su lado; Ana había vuelto en sí; Lucía había mirado ya muchas veces a la puerta, como preguntándose dónde estaría Juan. «¿En el balcón? ¡Que no esté en el balcón!». Y aun desmayada Ana, por poco no le abandona la mano. ¡Vete, vete con Juan! le dijo Ana, apenas abrió los ojos, y le notó el trastorno; y con la mano y la sonrisa la echaba hacia la puerta suavemente.
A las 5 leguas está una posta, y hasta las 7 y media leguas es buen camino, un poco pendiente, con bosque en el campo. A las 7 y media leguas empieza á bajar el terreno y camino, pero suavemente, hasta las 9 y media leguas de distancia, en donde hay que bajar una cuesta bastante pendiente, y de camino desigual.
Pero ¿dónde demonios ha aprendido su hijo de usted a pintar, y a pintar de este modo? preguntó don Alejandro que todo se volvía ojo para mirar y admirar las acuarelas. ¿De manera dijo muy suavemente el boticario, soba que te soba el codo , que dan ustedes alguna importancia a esas pinturas? ¡Muchísima! respondieron unísonos Nieves y su padre. Me alegro, ¡caray! sí, señor, me alegro... Eso es.
Palabra del Dia
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