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Actualizado: 21 de noviembre de 2025


Y cuando al oír un ligero silbido de mis labios, ambos acudieron desde lejos dando brincos y vinieron a rozar suavemente mi cuello con sus hocicos, esperando una caricia, mi corazón se dilató: me sentía orgullosa de que hubiera en la tierra criaturas, aunque privadas de razón, que se inclinaban ante mi poder y me eran sumisas por afecto, y alcé hacia Roberto una mirada triunfante: ahora él debía saber quién era yo y qué pretendía.

La Nela tiró suavemente de la mano de Florentina y soltola después, cayendo al suelo como un cuerpo que pierde súbitamente la vida. Inclinose sobre ella la señorita, y con cariñosa voz le dijo: ¿Qué tienes?... ¿Por qué me miras así?

¡Oh! ¿no he de ser? La levantó como una pluma, y poniéndola sobre un brazo como a los niños, comenzó a dar brincos por el jardín. ¡No tanto! Llévame suavemente. Vamos de paseo. La paseó sin fatigarse por todo el parque. Y desde aquel día aquella forma de paseo le agradó tanto a la niña, que en cuanto salían de casa se colgaba al cuello de su marido para que la subiese.

El joven parecía petrificado; miraba la tumba como si hubiera querido volver a abrirla con los ojos, y el viento le subía el cuello de la capa militar por arriba de las orejas. El pastor le palmeó suavemente el hombro: Señor barón, ¿quiere permitirle a un viejo que le dirija algunas palabras?

Mientras hablaban se frotaban suavemente los nudillos de la mano izquierda con la palma de la derecha. Todo era admirarse de verla en traje de seglar y tan cambiada que, según decían, nunca la hubieran conocido.

¡Por la futura del patrón!... gritaron en coro todos, cuando llegó Ramona que, tocando suavemente en el hombro a Melchor, le dijo: Se avista a don Ricardo que viene con Juancito y regresó a las piezas de la casa, no sin mirar despreciativamente a la rabia enrojecida que su patrón tenía al lado.

Mirola con sorpresa, que se convirtió en estupefacción al ver que la dama avanzó con resolución hasta él, y sin decir palabra se dejó caer de rodillas a sus pies sollozando. ¡Señora... por Dios... levántese usted! dijo aturdido. La dama no se movió. Señora, levántese usted repitió de nuevo cogiéndola suavemente por un brazo.

De pronto se detuvo, se encaró con Leto, y rascándose suavemente la cabeza con dos dedos, le habló así: O yo no soy perro viejo, o me he olido hasta la calidad de ese clavo, cuanto más la hondura de la brecha que ha abierto en usted.

Los techos reverberando, los pintorescos balcones verdes y azules, las altas y elegantes azoteas de estilo morisco, los arbustos cuajados de flores y perfumes, los grupos animados de una poblacion en que se veian tipos muy variados, los mármoles resplandecientes de las casas mas lujosas, los lejanos castillos destacándose sobre las ondas, las montañas, confusas en lontananza, el mar encrespado y sacudiéndose bajo su manto de luz crepuscular, el sol, enorme por un efecto de óptica, como bañándose en el océano, la brisa agitando suavemente los árboles, el cielo de una hermosura extraordinaria; todo aquello me llenó de encanto, de embriaguez, dejándome en el alma una hondísima impresion que nunca olvidaré.

Y entretanto que la señora Princetot les hacía las más prolijas recomendaciones, sonreía el Príncipe, guiñaba sus ojos llenos de malicia y con su gordinflona mano acariciaba suavemente el hombro de Simón y le daba cariñosos golpecitos, mientras le contemplaba lleno de una profunda beatitud. Esté tranquila la madre, no le pasará nada a su hijito... decía el Príncipe a su mujer.

Palabra del Dia

vengado

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