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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Después que hubo colocado los efectos sobre la mesa de noche y esparcido la pomada sobre las hilas con un cuchillo, la joven esposa dijo suavemente: Vamos. Gonzalo se incorporó, y desabrochando la camisa expuso al aire su pecho de hércules de circo, a cuyo costado derecho estaba adherida una cantárida. La joven se inclinó para levantar el parche.
En el bosque reinaba el silencio; sólo se sentían los zumbidos de los insectos y el ligero crujir de las ramas de los árboles, suavemente agitadas por un vientecillo que venía del mar. En el río, sólo se oía el murmullo del agua batiendo en los bancos y en las orillas.
Yo tirar parte arriba ventana. No lo comprendía. Me miró por un momento perplejo, y luego, arrancándome la carta de la mano se deslizó rápidamente por la escalera. Al cabo de un momento, con gran sorpresa mía, la carta entró volando por la ventana, dio dos veces la vuelta por la habitación y luego se posó suavemente como un pájaro sobre mi escritorio.
Meneaba suavemente la cabeza la encajerita, mientras los hilos de la labor se deslizaban, se cruzaban, se entretejían a través de sus dedos, y los palillos de boj, chocando unos contra otros, hacían una musiquilla flauteada. Es que... tú pintas las cosas.... Pero dime. ¡Qué porfiosa del dianche! Dime con verdad.... ¿Falta ahora gente que pretenda entrar en la Fábrica?
Después tomó al joven por el brazo, y atrayéndole suavemente, dijo: Vamos, no entraremos más en este sepulcro. Usted no debe salir, no puede salir. ¿Qué dirán esas señoras? Cálmese usted, por Dios, y reflexione.... Vamos. ¿Adonde hemos de ir? ¡Los dos! ¿No ve usted que eso es imposible? ¿Para qué? ¿Para qué nos vamos juntos? Al oír esto, la devota se conmovió de pies á cabeza.
Este señor recuerda Azorín se yergue, entorna los ojos, extiende los brazos y comienza a declamar unos versos con modulación rítmica, con inflexiones dulces que ondulan en arpegios extraños, mezcla de imprecación y de plegaria. Después saca un fino pañuelo de batista, se limpia la frente y sonríe, mientras mi madre mueve suavemente la cabeza y dice: «¡Qué hermoso, Pascual! ¡Qué hermoso!»
Y paseando sus ojos con admiración y arrobo por la campiña exclamó con acento recogido: ¡Qué hermoso! ¡Qué hermoso está esto! ¡Qué deliciosa naturaleza! Atravesaban en aquel instante por un extenso sembrado. Los trigos comenzaban a amarillear. Soplaba sobre ellos la brisa fresca del Norte que pasaba estremeciéndolos con leve, fugaz escalofrío, inclinándolos suavemente bajo la llama del sol.
A pesar del deseo que tenía de mostrar firmeza á estas gentes, me fué imposible no tropezar una ó dos veces en la escalera: la cabeza me vacilaba. Al entrar en mi cuarto, ordinariamente helado, tuve la sorpresa de hallar en él, una temperatura tibia, sostenida suavemente por un fuego claro y alegre.
La puerta de aquella habitación estaba cerrada; pero apenas Aldea se detuvo ante ella, golpeándola suavemente con los nudillos, una de sus hojas se abrió calladamente hacia fuera, mostrando un brazo de mujer ceñido por una manga de seda roja.
Ramiro conservó siempre el recuerdo de ciertos instantes en que, caminando con ella por el sendero del verde laberinto, osó pasarla el brazo sobre el cuello y tomarla suavemente la garganta. En otra ocasión, Beatriz subiose a un viejo columpio y comenzó a balancearse con violencia, presa de un rapto de juventud y de dicha.
Palabra del Dia
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