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Actualizado: 28 de junio de 2025


En la calle de los Castros estaba Carmela, la encajerita, descolorida como siempre y ocupada en oír de boca de Amparo el relato de los sucesos de la víspera. Asomada Carmela al tablero, disimulaba su talle encorvado ya por la habitual labor; pero no sus ojos ribeteados y cansados de fijarse en la blancura del hilo.

Si pido, nadie me dará... A no ser que Dios me mande una sorpresa.... Mujer, rica no soy; pero un par de duros aún no me hacen falta para comer mañana dijo espontáneamente Amparo. La pálida sonrisa de la encajerita alumbró su rostro. Se estima la voluntá... Necesito una atrocidá de dinero para el caso, y ya que juntar, no lo he de juntar nunca.... En fin, paciencia nos Dios.

Meneaba suavemente la cabeza la encajerita, mientras los hilos de la labor se deslizaban, se cruzaban, se entretejían a través de sus dedos, y los palillos de boj, chocando unos contra otros, hacían una musiquilla flauteada. Es que... pintas las cosas.... Pero dime. ¡Qué porfiosa del dianche! Dime con verdad.... ¿Falta ahora gente que pretenda entrar en la Fábrica?

No puede ser, y no, y no, porque estos son otros hombres de otra manera, que miran por el bien del pueblo.... No digas tontadas. La encajerita se rió con su risa tenue. No, si lo que vienen a dar es trabajo, por acá no falta.... Y digo yo y preguntando otra vez, si es verdá que quitan la estancación del tabaco, vamos a ver, ¿cómo os valéis las cigarreras? Pidiendo limosna.

Palabra del Dia

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