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Actualizado: 21 de junio de 2025


Pareció, sin embargo, escuchar con interés las últimas palabras de Cristián, pues dijo, poniendo suavemente la mano en el brazo de su amigo: Nadie tiene derecho de disponer de Sorege sin mi consentimiento. No pertenece á nadie más que á mi y no pienso abandonarlo ni aun á la justicia. Tendré la piedad suprema, que él no tuvo conmigo, de sustraerlo á la vergüenza.

D. Bernardo hablaba de él con poco respeto y le trataba con cierto despego: el mismo brigadier, aun queriéndole bien, no se mostraba muy impresionado por aquella famosísima estampa, y solía reprenderle suavemente algunas cosas que llamaba puerilidades.

¡Vaya por Dios! ¡vaya por Dios! murmuró el caballero con acento que distaba mucho de sonar como el grito de triunfo del vencedor satisfecho. Le pasó la mano suavemente por el lomo y quiso reconocerle la herida; pero el pobre animal lanzaba mayidos cada vez más dolorosos. ¡Qué diablo! ¡qué diablo! profirió en el colmo del disgusto.

María Teresa, sin responder, desprendió su mano prisionera, y, sonriendo, pasó su brazo bajo el del joven y lo condujo suavemente hacia la puerta del jardín, diciéndole: Esta vez, usted lo ha merecido, lo echo de mi casa, pisoteando los deberes más elementales de la hospitalidad. Pero es en interés de su estómago.

Manos a la obra. Lo primero era romper la primitiva para coger el oro y la plata, pasando a la nueva la calderilla, con más de dos pesetas en perros que al objeto había cambiado en la tienda de comestibles. Romper la olla sin hacer ruido era cosa imposible. Permaneció un rato sentado en una silla junto a la cama, con las dos huchas sobre esta, acariciando suavemente la que iba a ser víctima.

Le arrojó los dos brazos alrededor del cuello, no suavemente como otras veces y diciéndole: «Buenos días, hermano», sino con frenesí.

¿Y si nada conseguís? preguntó distraida. La pregunta le hizo daño á Isagani; fijó los ojos en los de su amada, cogióle suavemente una mano y repuso: Escucha: si nada conseguimos... Y se detuvo vacilando.

Ella sabía que madama de Hermany adoraba estas grandes escenas dramáticas de la Naturaleza, y creyéndola aún levantada, pues se había dicho que ella también escribiría hasta tarde, bajó al piso inferior y llamó suavemente a la puerta.

Para distraerse de tan hondas preocupaciones y quizás también con la esperanza de encontrar a Simón Princetot en Rosalinda, resolvió Francisco hacer una nueva visita a la señora Liénard. La perspectiva de pasar una hora o dos en compañía de la encantadora viuda le alegraba suavemente el corazón.

Al volverme veo a la compañera de las noches hermosas, la luna; una ancha luna, enteramente redonda, que llega suavemente, con un movimiento de ascensión muy perceptible al principio, y que se retarda mientras que aquélla se aleja del horizonte. Ya son bien perceptibles junto a los primeros rayos, y luego otros un poco más lejos... Ahora está iluminada toda la marisma.

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