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Actualizado: 21 de noviembre de 2025
Levantose el viento con fuerza, sacudió las celosías y agitó las blancas cortinas de un modo fantástico; luego, una niebla gris se deslizó suavemente por encima de los tejados, acariciando las paredes barridas por el viento y envolviéndolo todo en luz incierta e imponente quietud...
Al tocar Lucía suavemente el hombro de la dormida, ésta se incorporó a medias, de un brinco; sus ojos, entreabiertos, tenían velada y sin brillo la córnea, como si los cubriese la telilla que se observa en los ojos de los animales muertos. Del lecho salía un vaho espeso y fétido; la anémica estaba bañada en copioso sudor.
Juan se dejó caer en un sillón junto a la chimenea, y permaneció allí abrumado. El anciano sacerdote lo miraba. ¡Verte tan desgraciado, pobre hijo mío! Que un dolor semejante caiga sobre ti... Es demasiado cruel, demasiado injusto... En este momento llamaron suavemente a la puerta. ¡Ah! no tengas cuidado, Juan... no dejaré entrar.
Dios ha descansado el séptimo día cuando hizo el Universo, y quiere que nosotros descansemos también... »Por consiguiente, ya lo sabéis...» Todavía siguió el cura buen rato arrastrando con esfuerzo el carro de la palabra, repitiendo los mismos conceptos, a veces con las mismas palabras, buscando en los nudillos de los dedos, que frotaba suavemente, nuevas ideas y argumentos.
Abrióla con mano trémula... ¡Ahaaa! suspiró descansado, después de haberla devorado en dos segundos. Llevóse la mano al pecho, limpióse el sudor con el pañuelo, y volvió a tomar la carta y a releerla con calma. Era, en efecto, de Cecilia, y estaba escrita en un tono suavemente irónico, que nada tenía, sin embargo, de ofensivo.
No se lo volverá á encargar más dijo con acento lúgubre Montiño. ¿Y por qué, esposo y señor? dijo suavemente Luisa. Porque nadie encarga nada á los muertos contestó con acento doblemente lúgubre el cocinero. ¡Que ha muerto! preguntó con la misma suavidad y la misma indiferencia Luisa. ¿Pues por qué estoy yo aquí? exclamó en una de sus chillonas salidas de tono Montiño.
Sus ruidosos éxitos de bailarina restaban gravedad á sus extravíos; el reflexivo «Mercurio de Francia» elogió su arte muchas veces; los poetas más notables de su época festejaron su belleza, y si algunos satirizaron sus locuras, lo hicieron suavemente; el mismo Voltaire, en el apogeo entonces de su autoridad de su gloria, compuso en honor de María Ana y de mademoiselle Sallé estos versos famosos: Ah!
Aunque otros glosaban había sido oculta Providencia Divina, que suavemente disponía para su desengaño a los Reos, que murieran casi en el propio lugar, que habían escogido, para el embarco en la fuga: y supieran los venideros o los que queden, que sabe Dios hacer braseros en que arda, donde buscó la perfidia su escape, en que navegara para obstinarse proterva.
Al principio, Pomerantzev leía muy bien, con voz expresiva; pero los cirios y las flores que cubrían el cuerpo del difunto no tardaron en atraer su atención. Acabó por leer de un modo incoherente, saltándose muchas líneas. La monja se aproximó a él sin que lo advirtiese, y, suavemente, le quitó de la mano el breviario.
Pero lentamente, mis amigos; no como un condenado, que empieza con la «Balsa de la Medusa» y acaba con los «Monjes» de Lesueur y sale del Museo con la retina fatigada, sin saber a punto fijo si el Españoleto pintaba Vírgenes; Murillo, batallas; Rafael, paisajes, o Miguel Ángel, pastorales. Dulce, suavemente; ¿te gusta un cuadro?
Palabra del Dia
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