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Actualizado: 1 de junio de 2025


Pero si no quieres ayudarnos, tampoco querrán los de Fresnedo apuntó Quino. Yo hablo por . Los demás que hagan lo que les parezca repuso Nolo alzando los hombros con desdén. Guardaron silencio los enviados. Al cabo, profundamente tristes, se vieron obligados á despedirse. Antes de partir, Nolo les ofreció otro vaso de sidra que bebieron pensativos y callados.

Cuando al cabo algunos fugitivos vinieron á refugiarse bajo el hórreo y pudiste cerciorarte de que la bulla no era niñería, con terrible calma cubriste tu cabeza con la montera, pediste otro vaso de sidra, lo bebiste y después de haberte limpiado repetidas veces los labios con el dorso de la mano dijiste con sosiego aterrador: «Vamos á ver lo que quieren esos pelafustanes». Y saliste arrojando miradas homicidas á todos lados.

Antes que don Casiano se llevase á la boca el vaso lleno que tenía en la mano le dijo con ímpetu: Pero vamos á ver, hombre, acabe usted de una vez, ¿qué diablo le trae á usted por aquí? El actuario bebió el vaso de sidra con toda calma, lo depositó igualmente en el poyo, sacó el pañuelo y se limpió la boca tres ó cuatro veces con más sosiego aún bajo la mirada impaciente de D. Félix.

Tampoco el de D.ª Robustiana, que acompañó á la criada cuando vino á servir la sidra, expresaba como otras veces un humor jovial y sereno. Entonces sospechó que algún disgusto había ocurrido entre los cónyuges. Pero le llamó la atención el que Manolete, Linón, la criada, todos cuantos por allí andaban se mostrasen serios y hasta airados.

D. Félix se dejó abrazar con más resignación que otras veces, y antes de enterarse de lo que allí le traía dió orden á Regalado para que hiciese traer unas botellas de sidra. Observó que el rostro de éste, contra su costumbre, no estaba alegre, sino sombrío; pero no hizo alto en ello.

Muchos curiosos pasaban por delante de la casa de don Rudesindo mirando con atención a los balcones, preguntando a los criados que salían, husmeando, en fin, lo que dentro pasaba. Se decía que Ventura estaba muy tranquila, y poco arrepentida de su conducta, que había comido como si tal cosa, y que había charlado y reído toda la tarde, con la esposa del fabricante de sidra.

7 Mas también éstos erraron con el vino; y con la sidra se entontecieron. El sacerdote y el profeta, erraron con la sidra, fueron trastornados del vino, se aturdieron con la sidra, erraron en la visión, tropezaron en el juicio. 9 ¿A quién se enseñará ciencia, o a quién se hará entender doctrina? A los quitados de la leche. A los destetados de los pechos.

Algunas veces, cuando su madre enviaba por vino o por sidra a la taberna de Arcale a su hijo Martín, le solía decir: Y si le encuentras, al viejo Tellagorri, no le hables, y si te dice algo, respóndele a todo que no. Tellagorri, tío-abuelo de Martín, hermano de la madre de su padre, era un hombre flaco, de nariz enorme y ganchuda, pelo gris, ojos grises, y la pipa de barro siempre en la boca.

Praschcu era un mocetón grueso, barbudo, sonriente y rojo, que, a juzgar por sus palabras, no pensaba más que en comer y en beber bien. Durante el camino no habló más que de guisos y de comidas, de la cena que le quitaron al cura de tal pueblo o al maestro de escuela de tal otro, del cordero asado que comieron en este caserío y de las botellas de sidra que encontraron en una taberna.

EL GRUESO ROMANO. ¡Por la cabeza de Baco, he dormido como la primera noche después de la fundación de Roma! ¿Qué espantajos son ésos? ¡Silencio, son los maridos! EL GRUESO ROMANO. ¿De veras? ¡Dios mío, qué sed tengo! ¡Proserpinita mía, dame un poco de sidra! UNA VOZ TÍMIDA. ¡Proserpinita querida! ¿Dónde estás? EL GRUESO ROMANO. ¿Qué diablos quiere éste? ¡Llama también a mi mujer!

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