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Actualizado: 1 de junio de 2025
D. Félix hizo una descripción detallada del estado de su finca: algunos pomares habían cargado mucho; otros, en cambio, no tenían una sola manzana. Algo raro está pasando con la sidra terminó diciendo mientras arreglaba un pliegue del alba, que el maestro y el sacristán habían dejado mal. Antes los pomares producían un año y descansaban al otro.
Ahora es cuando se sabe lo que es comer y dormir con tranquilidad. ¿Hay ninguna Fulana que valga una fuente de sardinas frescas acabadas de freir?... ¿Y una langosta con sidra sacada por el espichón? ¿No se te hace la boca agua, hijo del alma?... Tú ahora casarte y besitos y «mi vida» para aquí y «alma mía» para allá, ¿verdad?... Bien, bien, descuida que todo se andará.
Román Rouet, introducido en el salón, declaró que no había visto nada sospechoso en sus rondas. Era el tal un viejo, medio labrador, medio guarda y, más que nada, cazador furtivo, con la cara curtida por la lluvia y el sol, enmarañadas cejas, que se hacía cortar como el cabello, y dientes destrozados por la acidez de la sidra.
Pero no lo es añadir que en algunos el exceso de la emoción fué tan grande que no pudiendo sobreponerse á ella arrimaron su cabeza febril á la pared y arrojaron por la boca toda la sidra que habían bebido, mientras otros caían desplomados debajo de la mesa para no levantarse hasta el día siguiente.
Hacía años que había contratado con el capitán la venta de la sidra, y aunque no tenía la taberna allí, sino en su propia casa, situada en el centro del pueblo, los días festivos solía trasladarse al lagar y hacer en él su comercio; porque la Bolera era el campo acostumbrado para los recreos del vecindario.
D. César hizo un signo imperativo á Regalado para que se acercase. ¿Qué noticias hay de los señores? le preguntó. Regalado, que estaba alegrísimo y tenía en el cuerpo una razonable cantidad de sidra, quiso poner la cara triste de repente; pero no resultó más que una mueca odiosa, inadmisible, que no podía convencer á nadie. Muy malas, D. César, muy malas.
Sólo dentro del lagar de D. Félix, esclarecido por un candil, departían amigablemente cinco ó seis paisanos apurando vasos de sidra. Martinán les escanciaba.
La abundancia y la alegría reinaban en aquellas tres casas. Se trabajaba tan firme como en los primeros tiempos; pero al soltar la azada ó la guadaña, los hombres encontraban sobre el lar la comida sazonada y humeante, el jamón añejo, el queso fresco, la sidra espumosa.
Bien está; ¿pero no será mejor que antes bebamos unos vasos de sidra y os refresquéis un poco? Los enviados cedieron con gratitud. Nolo entró en la cocina de su casa y salió con algunas tajuelas. Sobre ellas se acomodaron los viajeros á la sombra del árbol. No tardó en llegar la tía Agustina con un jarro de sidra.
Un día, sobre todo, nos trajeron sidra dijo el francés y entre la sidra y las habichuelas se nos armó una, que tuvimos que hacer cola delante del confesionario. Pocas veces se ha visto una congregación de fieles tan apenados para entrar en el confesionario como nosotros.
Palabra del Dia
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