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Actualizado: 1 de junio de 2025


No anduvo largo trecho sin oir las maldiciones que le lanzaba el supuesto religioso; seguidas de tales blasfemias que el caminante echó á correr por no oirlas y no paró hasta perder de vista al deslenguado fraile. En los linderos del bosque descubrió Roger á un chalán que con su mujer despachaba un enorme pastel de liebre y un frasco de sidra, sentados ambos al borde del camino.

Los alegres comensales contemplaron á D. César con sorpresa y curiosidad como si no le hubieran visto en su vida. Sin duda la sidra y el vino les habían borrado el recuerdo. ¡Cielos, el dorio! dijo uno. ¡El ingenioso hidalgo! manifestó otro. ¡El enemigo de Pericles! apuntó un tercero. Y todos se guiñan el ojo con maliciosa alegría y se prometen un sainete divertido para fin de la fiesta.

Estaban allí también el alcalde, hombre de mediana edad, afable y alegre, que solía decir frases chistosas y reía con ellas hasta toser y tosía hasta reventar. El recaudador, bilioso, taciturno, lleno de prudencia, excepto cuando bebía más de veinte vasos de sidra.

Le sujetan. Forcejea él desesperadamente, soltando espumarajos de cólera por la boca. Al cabo logran que se siente y después que beba un vaso de sidra y se calme, evitando de esta suerte una noche aciaga para Rivota. Ninfas y sátiros.

Bernardo, el quintero de la Marquesa, era su amigo, y cuando el anciano sacerdote se había demorado en sus visitas a los pobres y enfermos, cuando el sol tocaba a su ocaso y el abate sentíase fatigado y con apetito, deteníase, comía en casa de Bernardo un buen plato de tocino con papas, vaciaba su jarro de sidra, y luego, concluida la cena, Bernardo enganchaba su viejo cabriolet para conducir al cura hasta Longueval.

Yo he recogido treinta y siete pipas de sidra y tengo quince días de bueyes de pomarada; y D. Pedro de Marín no tiene más de nueve, y hace dos años metió en el lagar muy cerca de cincuenta pipas. Redde mihi, Domine stolam inmortalitatis quam perdidi, etc. murmuró el cura poniéndose la estola. Pero dígame a cómo le han pagado a usted las pipas y a cómo se las han pagado a don Pedro.

Y como llegase á una rinconada umbría, se tendió sub tegmine fagi recitando cada vez con más fervor los versos del cisne de Mantua. Se sentía feliz. La sidra le ponía siempre en una disposición poética tan lejana del furor báquico como del grosero sopor de los esclavos.

En el siglo XVII hubo en Sevilla algunos confiteros que fueron célebres por su habilidad en la confección de los dulces, y de entre ellos han pasado á la posteridad, digámoslo así, Pedro de Libosna, Bartolomé Gómez y Jerónimo de Barco, que no tenían competidores en las conservas, la carne de membrillo, los mazapanes y los canelones de sidra, canela, avellana ó anís.

Palabra del Dia

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