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Actualizado: 11 de junio de 2025
Y riendo tan estrepitosamente, que todos los que estaban en la plaza del mercado pudieron oirla, la anciana hechicera se separó de Ester. Mientras esto pasaba, se había hecho la plegaria preliminar en la iglesia, y el Reverendo Sr. Dimmesdale había comenzado su discurso. Un sentimiento irresistible mantenía á Ester cerca del templo.
Bonifacio se separó del grupo, y por el templo adelante se dirigió a la sacristía, en pos del sacerdote y sus acólitos. También aquello era solemne. Iba a dictar la inscripción del libro bautismal, a sentar la base del estado civil de su hijo. Mientras Minghetti, por divertirse, continuaba haciendo prodigios en el órgano, iba pensando Bonis por medio del templo: «¡Quién sabe!
Alicia, por instinto femenil, se había apresurado á llevar otra vez el pañuelo á su cara al sentirse libre de la mano de Miguel. Debía estar fea con los ojos acuosos, la boca pálida, la nariz enrojecida por el llanto. Pero las palabras del príncipe produjeron en ella tal sorpresa y tal deseo de repeler una suposición injuriosa, que separó la arrugada batista de su rostro.
La figura negra, firme y severa de Fray Ignacio se abalanzó hacia el confesonario y sin dirigir siquiera una mirada a su penitente se introdujo en él. María, trémula y enternecida, se acercó a la ventanilla. Cuando se separó, al cabo de una media hora, tenía los ojos enrojecidos y las mejillas pálidas. La iglesia, en tanto, se había ido poblando, aunque casi exclusivamente de mujeres.
Selló una y otra vez Cervantes los labios de Margarita, libando la ambrosia de su aliento, y reparándose al cabo y pensando en que de aquel su olvido y arrebato podía haber ocultado cuidadosos testigos la espesura, de sus brazos dulcemente separó a Margarita, y la dijo: Vuestro esposo soy; de ello no podéis tener duda, si no es que en duda ponéis mi hidalguía y mis cristianos pensamientos; y puesto que esto no tiene ya remedio, ni yo deseo que lo tenga, ni arrepentido estoy de haber llegado al punto a que me ha convidado mi por vos próspera fortuna, disimulemos, que a vuestra honra y a la mía el disimulo conviene; que no hay para qué de vos se hable ni de mí se diga que no he tenido valor para contener los impulsos de este violento corazón mío, que tan presto, de tal manera y para siempre, habéis hecho vuestro.
No hay odio en mi corazón ni puede haberlo para la madre de mi madre... Déjeme usted besar sus manos». La marquesa parecía muy disgustada de tal escena. Volviendo el rostro, apartaba de sí a Isidora. Esta se puso en pie. Tuvo otra inspiración más audaz que la anterior. Con gentil arrogancia separó su velo para mostrar más completos el rostro y el busto.
Luego, con movimiento rápido, el loco separó los obstáculos de la entrada; el aire glacial penetró por la bóveda y los vapores se esparcieron en el cielo inmenso, retorciéndose y escapándose por encima de la peña, como si los muertos de aquel día y los de los pasados siglos hubiesen vuelto a comenzar en otras esferas el combate eterno.
¡Yo no quiero!... ¡no quiero! exclamó con graciosa resolución. La verdad es que da lástima cortar un pelo tan hermoso dijo otra de las doncellas, que estaba planchando. ¿Qué quieres, hija? Quien manda, manda. Y tomando uno de los preciosos bucles de la cabellera, lo separó de un tijeretazo. ¡Déjame, Paula! gritó la niña. ¡Lo voy a decir a madrina!
Pero el pájaro no separó sus agudas garras de las mallas de plomo y no dejó de agitar en la ventana sus grandes alas mientras que su amo permaneció en la casa. Luisa, llena de miedo, apartaba de él los ojos.
El aspecto del dormitorio no había cambiado desde la noche de su fuga. No sé qué otros recuerdos se le ocurrieron; pero, de repente palideció, estremeciose y escuchó con el corazón palpitante y con la mano en la puerta; acercose al espejo, y entre tímida y curiosa, separó las trenzas de rubio cabello, de su sonrosada oreja, descubriendo una fea herida no bien restañada todavía.
Palabra del Dia
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