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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Celebraban estas exequias, para que no fuesen descubiertos, en lo más oscuro de la noche, y estaban ya en lo mejor y más devoto de la función, cuando de repente llegó el Padre Lucas, y fijando la vista dentro de aquel infame sagrario, vió en medio de aquellas tinieblas centellear los ojos del enemigo infernal, que lleno de majestad y terror estaba sentado sobre aquellos dos palos; y aunque al siervo de Dios se le erizaron los cabellos y se extremeció de horror, quiso, no obstante eso, arrojarse dentro.

¡Es verdad! repetía el zapatero, poniendo en sus palabras toda la amargura de aquella vida de miseria que venía arrastrando con una familia cada vez mayor, y sin otro auxilio que el trabajo ineficaz. Sagrario callaba, no comprendiendo muchas de las afirmaciones de su tío, pero las acogía todas como buenas, por ser de él, sonando en sus oídos cual música deliciosa.

Mucho replicó Salvador acabando de leer en la estera . Tanta amistad tenemos, que seguramente lo que Seudoquis no haga por no lo hará por nadie. ¡Qué lástima, Santo Cristo de la Vega! ¡qué lástima, Santísima Señora del Sagrario, que no está Navarra en Móstoles o que las leguas no se trocaran en varas!... porque en este caso la distancia nos mata.

El mismo consejo que Sagrario, menos en lo referente a Pepe Guzmán. ¿Por qué esta omisión? ¿Fue por ignorancia o por malicia? ¡Ah!, ¡de qué buena gana la hubiera hecho ella entonces, y aun antes de entonces, por curiosidad, se entiende, nada más que por curiosidad, una pregunta! «Vamos, Leticia, con toda franqueza..., como si te confesaras conmigo, ¿hasta qué punto llegaron tus amistades con él?...» Porque era mucho lo que, de algún tiempo a aquella parte, la mortificaba esta sencilla curiosidad.

Por cierto que estas intenciones, o «planes siniestros», como decía el novio de Sagrario, la hacían suma gracia también. Casi tanto como a Leticia, que no perdía ocasión de apuntarla, con la mirada o con un gesto expresivo, cada memorial que el banquero la enviaba con los ojos en sus grandes apuros oratorios. De este celo por los intereses de don Mauricio, murmurábase bastante.

La calma nocturna y la obscuridad envolvían en dulce caricia a Gabriel y Sagrario. Descendía de lo alto esa frescura misteriosa que parece reanimar el espíritu y agrandar los recuerdos. La iglesia era para ellos como una bestia enorme y dormida, en cuyo regazo encontraban tranquilidad y defensa.

Mirando después al cielo, lanzó un piadoso apóstrofe y dijo así: ¡Barástolis! Por Dios trino y uno, por la Virgen del Sagrario, por Rousseau, por mi vida honrada y por mi conciencia de cristiano juro y rejuro que me alegro con toda el alma. Cuando Salvador salió de su alcoba, abrazáronse estrechamente ambos señores y juraron ser amigos fieles en lo que les quedara de vida.

Era la señora de Ido del Sagrario, que tenía en la cara sombrajos y manchurrones de aquel mismo betún de los caribes, y las manos enteramente negras. Turbose un poco ante la visita: «Pasen las señoras... Me encuentran hecha una compasión».

Pero ¿y ésa?, ¿dónde está, que con tanto interés abogas por ella? preguntó Esteban . ¿Es que la has visto y la has hablado? ¿Es que está en Toledo? ¿La has traído acaso, con tu audacia de incrédulo, a la misma catedral...? Gabriel, viéndolo lloroso y quebrantado por su amenaza de marcharse, creyó llegado el momento decisivo, y abrió la puerta del cuarto de Sagrario.

»Del cual salí diez meses después que mis inseparables amigas Leticia y Sagrario, muy ducha en bailar, en hacer reverencias, en modular la voz, en manejar el abanico y la cola del vestido de baile, en esgrimir los ojos y la sonrisa, según los casos, los sexos y las edades, y en el ceremonial decorativo y escénico de las prácticas religiosas; tal cual en lengua francesa, materialmente al rape en obras de costura y principios de economía doméstica, y casi, casi, en el idioma nativo; y sobre todo esto, y por razón de los contrabandos del colegio y de las incompletas ideas adquiridas en conciliábulos clandestinos, y la propia observación hecha a medias con trabas y sobresaltos, y quizás también por obra de mi temperamento o de mi carácter, franco y expansivo, un ansia, que rayaba en voracidad, de ver el mundo por dentro, de conocerle a fondo, de saborearle a mis anchas, sin los velos y cortapisas que a las puertas de él me habían, hasta entonces, despertado los apetitos.

Palabra del Dia

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