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Actualizado: 24 de noviembre de 2025


El mismo resultado tuvieron las voces de «Señor Sagrario, señor Sagrario... haga el favor de venir». D. José se asomó a la puerta, echando a la pareja una mirada de maestro de escuela que inspecciona el aula en que estudian sus alumnos, y vuelta a pasearse sin hacer caso de nada. Rubín acercó más la silla, y Fortunata tuvo más miedo: «Pero todo aquello de la liberación y del Mesías voló.

Recordabas el período negro de tu vida, la esclavitud de la carne entre hombres bestiales enloquecidos por los ardores del sexo, y al verme siempre dulce contigo, protegiéndote contra la ira del padre y la curiosidad de la gente, tu agradecimiento ha ido creciendo y creciendo, y hoy me amas, Sagrario.

que lo entiendo; pero no es noticia para . ¿Cuántos siglos hace que estáis... en eso? ¡Dale, la muy taimada!... ¿No te he dicho que, por fin, se de-ci-dió ya? ¿Lo quieres más claro? ¿Quieres decir que os vais a casar en seguida? Eso mismo. ¡Acabaras! Aquí un ratito de silencio. Cierta inquietud en Sagrario. Miradas investigadoras en su amiga, envueltas en sonrisas maliciosas.

Hacia 1732 el rosario del Sagrario empezó á competir en lucimiento con las demás, y en 1735 comenzaron á salir de Santa Cruz los formados por mujeres, según las noticias de Enrique Andrade, teniendo también aquel año principio, para que nada faltase, uno de niños, al cual dió gran impulso un fraile llamado Diego Tomás de los Ríos.

Seguía luego la alcoba del matrimonio joven, la cual se distinguía principalmente de la paterna en que en esta había lecho común y los jóvenes los tenían separados. Sus dos camas de palosanto eran muy elegantes, con pabellones de seda azul. La de los padres parecía un andamiaje de caoba con cabecera de morrión y columnas como las de un sagrario de Jueves Santo.

¿A que te sangran a ti todavía las cicatrices? le dijo Sagrario, encarándose valientemente con ella. ¡Si no me río por eso, extremosa! Pues ¿por qué te ríes, prudente? Porque, en tu afán de abrir los ojos a ésta, vas a concluir por hacerle aborrecible aquello mismo que tratamos de hacerle amable... y que tanto nos gusta a nosotras. ¡Bah!..., ese no es caso de risa. ¿Lo dudas? Es que no lo creo.

A Sagrario y a Leticia las temía de lumbre; y cada vez que una de ellas sentaba a Luz sobre sus rodillas para besarla, resonaban los besos en sus oídos como el chapoteo de las ondas cenagosas, y hasta veía la tersa y pura frente de la niña salpicada del fango de la charca.

Nada cambiaba en aquel pequeño mundo, que parecía petrificado a la sombra de la catedral. Ella era la que, abandonándolo en plena juventud, volvía aviejada y enferma. Hubo entre las tres personas un largo silencio. Tu cuarto, Sagrario dijo al fin Gabriel con dulzura , está lo mismo que lo dejaste. Entra en él y no salgas hasta que yo te llame. Ten calma y no llores. Confía en .

Además, hijo de una gran familia; señorones adinerados que nunca le dejaban ir por Toledo con el bolsillo vacío. Y ella, la pobre Sagrario, bobita de amor, chalada por su cadete, orgullosa cuando paseaba los domingos por Zocodover o el Miradero entre su madre y aquel novio tan apuesto que le envidiaban las señoritas de la ciudad. La hermosura de tu sobrina hacía hablar a todo Toledo.

Tenía hermosos ojos y muy correctas facciones; y sin dejar de ser animosa para todo, faltaba casi siempre en sus actos y en sus dichos el color de la sinceridad, lo cual se atribula, más que a un vicio de su carácter, a que rara vez la animaba el calor del entusiasmo. Sagrario era una rubia inquieta y bulliciosa, ávida de impresiones, de aire, de luz... y de golosinas.

Palabra del Dia

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