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Algunas señoras por el estilo andaban por allí de vez en cuando, y, más de tarde en tarde, dos, como de la edad de la marquesa, jamonas tan de buen ver todavía como ella. La una era rubia, condesa viuda de Camposeco; pero la marquesa siempre la llamaba por su nombre de pila: Sagrario. Gastaba muy buen humor, y solía decirle cuchufletas; lo mismo que a los demás.

La emoción con que un sacerdote místico abre el sagrario donde se guarda el Sacramento no es comparable al gozo inefable y al respeto con que D.ª Robustiana abría las puertas de aquellos grandes, vetustos armatostes de nogal, donde se guardaba la ropa blanca de la noble casa de Ramírez del Valle.

Mira, Híala, ya en es un deseo, un delirio, un frenesí el más extremado lo que en tu corazón acaso no será sino un antojo pasajero. Pero ¿perderé mis Estados? ¿Dejaré de llevar a cabo mi venganza? Para la venganza es la miel de la vida, y el ponerte al lado de este ídolo y sagrario de mi corazón es el mayor encarecimento de la pasión mía.

Tuve, no obstante, prudencia para contenerme y limitarme por entonces a demandarle una tarjeta expresiva para el capellán del colegio del Corazón de María. ¿Don Sabino Guerra?... Hombre, , le conozco. Fue sacristán algunos años en el Sagrario. Sacó de un escritorio de roble tallado una tarjeta y se puso a escribir sobre ella.

Pero, tío dijo dulcemente Sagrario, emocionada por el relato, yo no puedo hacer lo que ella; yo soy una infeliz, sin valor y sin voluntad. Llámame Gabriel dijo Luna con vehemencia . eres mi antigua Lucy, que de nuevo sale a mi camino. Sábelo de una vez: hace tiempo que examino mis sentimientos, que analizo mi voluntad, y tengo una certeza: te amo, Sagrario.

Sonreíase otra vez la amiga de Sagrario al oír cómo ésta se despachaba, vuelta ya al pleno dominio de su carácter, y replicola: Eso dependerá de la calidad del amor... me parece a . No hay más que una calidad de amor repuso con ademán resuelto Sagrario , y el amor tonto, que no reza con nosotras.

No conocía a ninguno de los dos; pero la cara de Ido del Sagrario no era nueva para él, y creía haberla visto en alguna parte, aunque no recordaba dónde ni cuándo. ii

Volvió a contar las varillas de su abanico Verónica; calló también Sagrario, mirando el paisaje del suyo; y dijo a poco rato la primera, acaso por mudar de conversación, quizás porque realmente deseaba ver a su amiga apurar la materia a que se referían sus palabras: Volvamos un momento al caso aquel de tu teoría sobre... ¡Hola!... ¿Si te habrá caído en gracia? Se me ocurre un reparo que ponerte.

Gabriel, mirando a su compañera, sentía el dulce egoísmo que experimenta el que vive cuando muere el poderoso. Ya caen los grandes, Sagrario. Y nosotros los enfermos, los miserables, aún tenemos por delante alguna vida. A la hora en que se cerraba el templo bajó para comenzar su vigilancia. El campanero le esperaba con las llaves. ¿Qué hay del cardenal? preguntó Gabriel.

Aquí se sonrió Sagrario, contó con los ojos y con el pulgar y el índice de su mano izquierda las varillas de su abanico abierto; y sin cesar en este entretenimiento ni mirar derechamente a su interlocutora, la replicó con acento de indiferencia: Después de todo, ¿qué más le da? ¡Pues me gusta!...