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Estando en estas pláticas, quiso la suerte que llegase uno de la compañía, que venía vestido de bojiganga, con muchos cascabeles, y en la punta de un palo traía tres vejigas de vaca hinchadas; el cual moharracho, llegándose a don Quijote, comenzó a esgrimir el palo y a sacudir el suelo con las vejigas, y a dar grandes saltos, sonando los cascabeles, cuya mala visión así alborotó a Rocinante, que, sin ser poderoso a detenerle don Quijote, tomando el freno entre los dientes, dio a correr por el campo con más ligereza que jamás prometieron los huesos de su notomía.

No digo yo que nos esté bien adular á los hispano-americanos, suponiendo que sus poetas y sus prosistas valen más de lo que valen. ¿Pero será mejor mostrarnos con ellos severísimos críticos, empuñar la férula, esgrimir la disciplina ó la palmeta y censurarlos y castigarlos duramente?

Con otros dos que nombró Arturito concertaron un lance, el cual, por hallarse muy embravecidos los dos contrarios, no podía menos de ser serio. Arturito no sabía manejar el sable, ni esgrimir la espada, ni tirar a la pistola. Era menester procurar para él la menor desventaja posible, equilibrando las fuerzas y buscando iguales probabilidades de triunfo.

El niño, volviendo el rostro hacia ella, se adelantó a responder: Ese no quería, madre, e yo se la tomé con engaño. Otras serán, hijo mío repuso entonces la llorosa mujer , las armas que has de esgrimir cuando entres al servicio de Dios y de su Santa Iglesia; y harto mejor estuviera agora en tus manos algún libro de religión que no ese hierro.

Como en Vegalora y acaso en toda la provincia no había maestro de armas que le enseñase, compró un tratado, y ateniéndose á sus explicaciones y á las figuras que representaban sus grabados, se puso á esgrimir el florete contra las paredes, sin otro resultado que el de romper dos ó tres cristales y tirar un frasco de tinta sobre la mesa.

Velludo se iba á escurrir tras él, pero le detuvo el alférez. ¡Eh! ¿á dónde vais vos, señor Diego? Me voy avergonzado. No lo extraño, porque sois valiente. Yo no soy nada... lo que me ha sucedido esta noche... Si sois valiente y honrado, siento lo que os ha acontecido, amigo dijo Juan Montiño ; yo lo he hecho sin intención. Pero esto es un milagro... ¿Quién os ha enseñado á esgrimir?

»Juan cursó en Alcalá letras humanas, teología, derecho civil y canónico; á los diez y ocho años era bachiller, á los veintiuno licenciado; montaba á caballo como si á caballo hubiera nacido, y en cuanto á esgrimir los hierros, vencía á su padre; y aun á mismo, que ya sabes que meto una estocada por el ojo de una aguja, me hacía sudar y andar listo.

Porque no siempre ocurria implorar proteccion de la autoridad y de la fuerza contra los escesos y desmanes: esto era á veces lo mas sencillo: padecian, por ejemplo, la Iglesia y el estado eclesiástico vejaciones y gravámenes de los ministros reales y hombres poderosos, porque tomaban violentamente las rentas de los obispados vacantes y quitaban á los cabildos la libertad en las elecciones de obispos y beneficiados, imponian tal vez pechos y nuevas cargas á los prelados, cabildos, abades y clero, contra la inmunidad que debian gozar por reales privilegios: y todo se remediaba quejándose al rey y pidiéndole la correccion de los escesos cometidos . Pero ¿cómo corregir la aspereza de las costumbres? ¿cómo refrenar los fogosos arranques del puntilloso honor ofendido, en los mismos individuos del estado eclesiástico, que, avezados á esgrimir el acero en el campo de batalla, hacian como el Cid campaña la Iglesia al mas ligero viso de desprecio ó de insulto?

Don Celso, agonizante quizás a aquellas horas, o tal vez cadáver ya; Lita y su madre a su lado, asistiéndole o rezando por él; Facia en los paroxismos de su reproducida tribulación; tres bandoleros asaltando la casa, y yo, con Chisco y Pito Salces, a tiro limpio con ellos, acabando de matar con el susto a mi tío, si aún vivía, y poniendo a punto de morir de congoja a las mujeres, a dos de las cuales, por lo menos, estaba yo obligado a defender de todo riesgo mientras me quedaran un soplo de vida, un cartucho que quemar o un asador que esgrimir.

Yo observo que eso podía suceder en las edades bárbaras, pero que ahora no deben los ministros del Altísimo saber esgrimir más armas que las de la persuasión. Y cuando la persuasión no basta añade mi padre , ¿no viene bien corroborar un poco los argumentos a linternazos?