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Actualizado: 18 de junio de 2025
Deseaba la muerte, la llamaba... ¡Ah, pobrecilla!... ¡Ah, señores!... Y me mandó afuera, me mandó... para estar libre... ¡para que no se lo leyese en la cara! ¡Ah, si hubiera estado junto a ella!... ¡Cuántas veces, pobrecita, cuántas veces, rogó a Dios que la hiciera morir!... ¡Y se ha matado!... repetía con voz aún más afligida, como si hasta ese momento hubiera podido dudar y esperar, y de repente recibiera la confirmación indudable de semejante desgracia. ¡Se ha matado!... ¡Está muerta! ¡Señor! ¡Señor!...
Le hablaba, le refería todas las cosas fuera de razón que me torturaban el alma desde hacía cerca de dos años, le pedía gracia para ella y para mí. Le suplicaba que me recibiera, que me permitiese volver a ella. Le contaba mi vida entera con el más lamentable y el más legítimo de los orgullos.
Las obras de Juan del Castillo han sido estudiadas por los críticos con atención é imparcialidad, diciendo uno de ellos, juzgando los méritos del artista, que apesar del estilo que en la enseñanza recibiera, «guiado por favorable inclinación, dióse á copiar el modelo vivo y á estudiar la realidad, con lo cual mejoró su arte y dictó provechosas reglas, siempre más á lo tocante al dibujo que al color, á sus discípulos.»
Sí, sí, hacedlo sentar dijeron en coro varios de los asistentes, muy contentos con que la existencia de los aparecidos quedara sin resolver. El tabernero le obligó a Marner a quitarse el saco, y después a sentarse en una silla en medio de un círculo de modo que, apartado de las personas, recibiera directamente el calor de la chimenea.
Y en la memoria de Vázquez fueron precisándose una serie de pequeños detalles, que bien pudieran considerarse síntomas de la simpatía de Coca... El agrado con que siempre le recibiera, el rubor que solía enrojecerle las mejillas cuando le hablaba, las cariñosas miradas que más de una vez sorprendió en sus ojos claros y límpidos... ¡El obstáculo era ese maldito capitán Pérez!
En oyendo don Quijote la petición del herido, en altas voces dijo que Basilio pedía una cosa muy justa y puesta en razón, y además, muy hacedera, y que el señor Camacho quedaría tan honrado recibiendo a la señora Quiteria viuda del valeroso Basilio como si la recibiera del lado de su padre: -Aquí no ha de haber más de un sí, que no tenga otro efecto que el pronunciarle, pues el tálamo de estas bodas ha de ser la sepultura.
Hacía muchos años, muchos en los tiempos que el tío Tomba, un anciano casi ciego que guardaba el pobre rebaño de un carnicero de Alboraya, iba por el mundo, en la partida del Fraile, disparando trabucazos contra los franceses , estas tierras fueron de los religiosos de San Miguel de los Reyes, unos buenos señores, gordos, lustrosos, dicharacheros, que no mostraban gran prisa en el cobro de los arrendamientos, dándose por satisfechos con que por la tarde, al pasar por la barraca, les recibiera la abuela, que era entonces una real moza, obsequiándolos con hondas jícaras de chocolate y las primicias de los frutales.
D. Ramón de la Cruz no hizo, pues, alteración alguna en este linaje de composiciones, conservándolas en la forma en que la recibiera: le dió á veces más extensión, hasta llegar muy cerca de la comedia propiamente dicha; pero usó del derecho de trazar escenas aisladas, que por sí solas eran interesantes, sin enlazarlas entre sí con vínculo alguno interno.
Las otras dos, más fuertes, deliberaron. ¿Quién le ponía el cascabel al gato? ¿Quién proponía a su señor padre que recibiera los Sacramentos? Se lo propuso la hija mayor, Agapita. Papá, tú que eres tan bueno, ¿querrías darme un disgusto, dárselo a mamá, sobre todo, que te quiere tanto... y es tan religiosa?...
Mas, con gran sorpresa suya, pasó todo el día del lunes, y pasó también el martes, y llegó y pasó asimismo el miércoles, sin que ningún coche parase a la puerta, ni atravesase una sola visita las antesalas, ni recibiera el oso del vestíbulo en su bandeja ninguna tarjeta, ni llegara tampoco el menor recado, la más insignificante misiva de atención, de interés o de consuelo... Aterróla entonces aquella soledad, que no sabía explicarse, porque ignoraba que la opinión había atravesado en el dintel de su puerta el cadáver de Jacobo; mas cuando llegaron a su noticia las voces que corrían y supo que una pérfida y misteriosa mano explotaba el funesto hallazgo de la capa de pieles, para hacer recaer sobre ella las sospechas del crimen, tuvo en su soledad vértigos de ira, estremecimientos de fiera acorralada, y decidió desafiar frente a frente a la calumnia con un golpe de enérgica audacia.
Palabra del Dia
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