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Actualizado: 7 de julio de 2025
Para adecentar la vida pública y la moral privada, v. gr., la sola libertad de la prensa ha resultado más eficaz que las legiones de censores, confesores, inquisidores y predicadores, que torturaban disidentes y liberales mientras el papa Alejandro VI, su hijo el cardenal César Borgia y su hija Lucrecia, daban a la Europa cristiana el modelo de una perversidad y depravación que no han sido superadas.
Deseó saber por qué se descoyuntaban y torturaban los libros sagrados para explicar por épocas geológicas la creación que Dios había realizado en seis días; qué peligro se quería evitar haciendo comparecer a la divinidad ante la ciencia para que explicase sus actos, ajustándolos a las decisiones de ésta; a qué obedecía el miedo instintivo de los autores religiosos a afirmar rotundamente los milagros, justificándolos con intrincados razonamientos, sin atreverse a sostener como prueba decisiva la indiscutibilidad del prodigio sobrenatural.
Le hablaba, le refería todas las cosas fuera de razón que me torturaban el alma desde hacía cerca de dos años, le pedía gracia para ella y para mí. Le suplicaba que me recibiera, que me permitiese volver a ella. Le contaba mi vida entera con el más lamentable y el más legítimo de los orgullos.
Tenía yo una singular necesidad de afirmar mi amor, tanto para mí mismo como para ella. Era aquello como una especie de exorcismo contra los malos pensamientos, las cóleras y los rencores que me torturaban hacía algún tiempo. Luciana me escuchaba muy grave y como ensimismada en sus pensamientos, dudando si creer en mis protestas, o acaso interrogándose a sí misma, no lo sé.
No es que hubiese recobrado la calma, pero no vivía en la terrible ansiedad del que espera un acontecimiento inevitable. No abría jamás sin temblar una carta de Italia, pero en el intervalo de cada correo tenía instantes de reposo. A las vivas angustias que la torturaban, sucedió un dolor sordo que la costumbre le hizo familiar.
No tengo palabras para poder dar una idea adecuada de las emociones encontradas que destrozaban mi corazón, ni cómo lo torturaban cruelmente. Hasta ese momento había estado bajo mi protección, pero, ahora que ya sabía que era la esposa de otro, no tenía derecho para ejercer contralor sobre sus actos, no tenía derecho para admirarla, ni tampoco lo tenía para amarla.
«Que sus dos almas en una acaso se misturaron». ¡Quiébrela, niño...! dijo una voz que partió del grupo de paisanos, hacia el que Melchor lanzó una mirada de indignación visible... La pareja giraba lentamente, bajo las miradas de todos y con especialidad del hermano de la rubia cuyos movimientos seguía ansioso y lívido mientras le torturaban penosamente los comentarios circundantes.
Pasaban los lingotes por un nuevo calentamiento en los hornos y al salir de ellos caían en el tren de laminar, una serie de cilindros que los torturaban, los aplastaban, adelgazándolos en infinita prolongación. Los obreros, casi desnudos, con enormes tenazas, manejaban y volteaban los lingotes por entre los cilindros, que se movían lentamente.
¡El amor que le tiene usted debe ser muy profundo cuando ha aceptado usted ese papel, ocultando los celos que la torturaban, fingiendo ignorancia e indiferencia! ¡Y cuán mal correspondida ha sido usted!
Pero llegó el día en que ni aún el sueño pudo ahuyentar mis sufrimientos; y lo más extraño del caso era que, a medida que soñaba las cosas más fantásticas y hermosas, más agudos eran los dolores que me torturaban. Se comprenderá, por lo tanto, que entonces quise huir del sueño, apurando fuertes dosis de café: y esperaba yo la muerte como una ansiada liberación.
Palabra del Dia
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