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Pero no logró detener la marcha presurosa de la muerte, que a carrera desatada se venía hacia el lecho de la pobre señora. A las cuatro de la mañana observaron que hablaba con más dificultad; la pronunciación era arrastrada y un poco estropajosa.

La brava y leal jauría, al ver á su dueña hermosa, á ella corre presurosa trasportada de alegría, y el jinete, que refrena al bruto con fuerte mano, ansioso, anhelante, insano, del arzon salta á la arena. ¡Hija! al ver á Leila en pié, llena de vida, radiante, gritó el xeque delirante ¿quién te salvó? No lo

Faltaba a aquella belleza, no obstante, un soplo de vida que la animase. Era lo que se llama vulgarmente un rostro parado. Oye, hija mía; ve a mi cuarto, abre el segundo cajón de la izquierda de la mesa de escribir y tráeme la petaca. La niña se alejó presurosa y no tardó en volver con ella. Vamos a fumar al comedor dijo don Mariano tomando a don Máximo del brazo.

Gertrudis ha ido la víspera a vigilar ella misma la construcción de la suya. Ha hecho llevar muebles y ha adornado la puerta con guirnaldas de hojas. Puede enorgullecerse de su obra; la tienda de Felshammer es la más bella de todas. Mientras Martín trata de abrirse paso por entre la multitud, ella se vuelve presurosa hacia Juan y le pregunta en voz baja: ¿Estás contento, Juan? ¿Te gusto así?

Ya cuando pinta el éter la mañana con brillantes albores, no corres presurosa á la ventana, porque yo no la adorno con mis flores. Ya al esquivar el celo con presteza de importuno testigo, no vuelves la cabeza á ver si yo te sigo. De otros sitios respiras el ambiente que yo no he respirado... Ya no temes jamás entre la gente que pase yo á tu lado.

Yo no donde he estado; que en ti no puede hallarse quien pretende ausentarse del noble nacimiento; pero sin duda siento que estoy en vos; pues miro que ni lloro, ni peno, ni suspiro. . . . ¡Oh soledades santas de la vida dichosa, gusto, placer, descanso i alegría! ¡Oh vejetables plantas de la edad presurosa, recreo, pasatiempo y compañía! ¡Oh fuentecilla fria que murmuras ufana, no como cortesana, á todos me consagro; y pues sois el milagro mayor de mi sosiego, goce yo vuestra paz y muera luego.

El atleta, con su media docena de facinerosos caminó hacia la calle de las Maldonadas. Cerca de la puerta de su casa vio a Romualda que salía presurosa, y la llamó: ¿Y Nazaria? Lo mismo. ¿Hay alguien arriba 22? Nadie, yo sola; digo, yo he bajado. Sube y tráeme mi navaja grande que está sobre la cómoda. Madre Nazaria me ha mandado por agua. Tiene sed. Ve primero por la navaja.

No; una arena negra, impalpable y abundante, que se anida presurosa en los pliegues de nuestras ropas, en el cabello y que espía el instante en que el párpado se levanta para entrar en son de guerra a irritar la pupila. Allí se duerme. El comedor es un largo salón, inmenso, con una sola mesa, cubierta con un mantel indescriptible.

Los mismos; BALBINA, que interrumpe bruscamente la escena, entrando por la izquierda presurosa y sofocada. BALBINA. ¡Señora, señora! BALBINA. ¡Ay, lo que ha hecho la señorita! Me han descubierto. Acaba... ELECTRA. Confesaré si me dejan. Ha sido que... BALBINA. Fue a casa de Don Máximo, y le robó... porque ha sido como un robo... muy salado, eso . DON URBANO. ¿Pero qué...?

De improviso, voz vibrante, grave, extensa, poderosa, que se repite incesante, y que de instante en instante resuena más presurosa, rompiendo el silencio hiende el aire, léjos se extiende, y á la ciudad despertando, brava, al combate llamando, hasta la vega desciende. Es la sonora campana de la alcazaba, que, fiera, dice que gente cristiana, de presa y conquista en gana, ha roto por la frontera.