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Eso no reza conmigo. ¡Ellos no pueden impedir que esté perdido; no pueden impedir que te odie! Martín lanza un gemido violento y vuelve a caer, como aniquilado, sobre el banco. Siempre he pensado en ellos; siempre me he acordado de que Martín Felshammer es mi hermano.

¡Mírala! ¡mírala! exclama de repente agitando su sombrero. Ese brillante carruaje tirado por dos caballos es la carroza de gala de los Felshammer, que Martín se hizo fabricar expresamente para sus bodas. En el fondo de él, la figura blanca que se apoya en uno de los lados con indolencia, mirando a su alrededor con seriedad, es ella, «la mujer del rico Felshammer», como se susurra al verla pasar.

Aquel vestido ha sido su vestido de novia; lo ha cosido y guarnecido ella misma, porque sabe cortar como pocas... Se habría puesto un vestido de seda, como convenía a la prometida del rico Felshammer, pero no había podido reunir la suma necesaria; y su orgullo no le había permitido dejarse ofrecer el traje de novia por su futuro esposo.

Lleno de terquedad, no volvió a su pueblo; se fue primero a probar fortuna en tierras extrañas, viajando a diestro y siniestro por montes y por valles. Y después, al cabo de tres semanas, reconociendo que, a pesar de la presencia de la hija del molinero de Lehnort, la vida era mil veces más bella en el molino de Felshammer que en cualquier otra parte, emprendió alegremente el camino a su pueblo.

El viejo Felshammer era el único a quien esta amistad profunda no causaba gran alegría. «Eran demasiado empalagosos, se besuqueaban demasiado, habría sido mejor que pelearan como gatos; hubiera estado seguro entonces de que tenían su sangre y su carneEn cambio, la dulce, la pacífica madre se sentía muy feliz.

Si yo no hubiese cuidado el huerto, cuyos productos se vendían en la ciudad, nos habría sido imposible vivir. ¿Por qué la gente lleva toda su harina al molino de agua de los Felshammer, sin pensar que en los molinos de viento los pobres molineros necesitan vivir también? Esto es lo que nos decíamos a menudo; y mirábamos con odio vuestra casa... Pero he aquí que, de repente, llega Martín.

Una criatura dotada de más vigor, que hubiera querido conservar nada más que un destello de voluntad personal, era algo que Felshammer no habría tolerado junto a él ni por veinticuatro horas.

A vuelo de pájaro, está a mil pasos apenas del molino de Felshammer, que parece hacer señas por arriba de los álamos del río. Si la multitud de tiradores no hiciera ese ruido ensordecedor, se oiría claramente el mugido del agua. ¡Si acabasen de una vez todas estas tonterías! dice Juan.

Cuando, como a las dos de la mañana, Martín Felshammer ha conseguido desasirse de sus compañeros, bebedores sempiternos, se acerca de buen humor al lugar de la fiesta, donde la claridad insegura del día gris que nace ilumina las idas y venidas de los retrasados.

Suenan las trompetas; con las notas agudas de los clarinetes, los címbalos mezclan sus gruñidos sordos. La corporación, en cortejo solemne, se extiende a lo largo de la calle; a la cabeza, dos heraldos a caballo; Franz Maas y Juan Felshammer, los dos hulanos de la guardia. ¡No se habrían dejado arrebatar ese honor aunque la corporación hubiera tenido que disolverse!