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Actualizado: 8 de junio de 2025
Gertrudis ha ido la víspera a vigilar ella misma la construcción de la suya. Ha hecho llevar muebles y ha adornado la puerta con guirnaldas de hojas. Puede enorgullecerse de su obra; la tienda de Felshammer es la más bella de todas. Mientras Martín trata de abrirse paso por entre la multitud, ella se vuelve presurosa hacia Juan y le pregunta en voz baja: ¿Estás contento, Juan? ¿Te gusto así?
Juan está muy avergonzado, y Gertrudis contempla a su nuevo camarada de juegos con una mirada maliciosa y provocativa. «Revoltosa». Sí; ese era el nombre que había dado Martín Felshammer a su mujer... Desde aquel día, se repiten las bromas en las horas tranquilas y silenciosas del crepúsculo, que Martín ama tanto.
Juan se aleja apresuradamente y desaparece en el bosque. Desde aquel día, la tristeza se cierne sobre la casa de los Felshammer. Cuando Martín entró en su casa por la mañana, todo estaba tranquilo, en una calma profunda. Descolgó de la pared la llave del molino y se deslizó hasta la triste habitación de que había hecho una especie de templo de su falta.
El otro continúa: Pero haces bien en recordarme a nuestros padres; no tengo derecho a arrojar una mancha sobre su nombre, sobre el nombre de los Felshammer... Esa es una idea que me atormenta desde hace un tiempo... Y, a decir verdad, me alegro de haberte encontrado... Podemos hablar de ello tranquilamente... me voy a América.
Juan Felshammer lleva un traje muy limpio y cuidado: tiene una linda capa nueva, un poco entreabierta, que deja ver un flamante traje gris; sus cabellos, bien peinados, caen sobre el cuello; hasta se ha afeitado... Pero, a decir verdad, su mirada turbia, por la que pasan resplandores inquietantes, las bolsas bajo los ojos, el horrible color de las mejillas, son tristes síntomas en ese rostro, fresco y juvenil hasta hace poco.
Y me dije: «¡Dios sabe dónde le aprieta el zapato!» Juan no quiere escuchar más; sin una palabra de agradecimiento se lanza fuera. La cortina que cubre la entrada de la tienda de los Felshammer está completamente corrida. Juan escucha un instante. Un ligero rumor de llanto, mezclado con la voz de Martín que trata de apaciguar a su mujer, llega hasta él del interior.
Las noticias que obtiene de los taberneros son incompletas y confusas; unos le responden de un modo incierto y cohibido, otros con aparato de misterio y en tono socarrón; todos parecen temer que tan pronto como el dueño del molino de Felshammer haya encontrado al borracho de su hermano desaparecerán sus pingües beneficios.
Al día siguiente, Gertrudis se queda en cama, enferma. No quiere ver a nadie, y a Martín lo menos posible. Juan está sobresaltado. Las horas de la comida pasan tristes y silenciosas... Se extienden las sombras, cada vez más densas, alrededor del molino de Felshammer. El sol se pone una vez más. El cuarto día, Gertrudis está casi restablecida; Juan puede entrar en su cuarto y hablar con ella.
Pero no... hacer buscar a su hermano con la policía es cosa que no permite el honor del nombre de los Felshammer; su padre se estremecería en la tumba. Un constipado adquirido en sus viajes nocturnos, lo obliga a guardar cama.
Palabra del Dia
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