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Contestó Carmen, muy sorprendida: ¿Cómo a buscarme? , acordemos en seguida un medio de que salgas de aquí. Pero, ¿por qué, Salvador? ¿Y todavía me preguntas por qué...? Yo que aquí estás muy mal; que sufres mucho...; que corres graves peligros.... ¿Quién te ha dicho eso?

Al poco rato se presentó en la sala un muchacho alto y delgado. Díme, Juan, ¿te conocen en la Segada? No lo creo, señorito, porque como usted sabe, hace pocos días que he llegado de Castilla. Pues entonces te voy á confiar un encargo muy delicado. Toma esta carta. Inmediatamente corres á la Segada, llamas en el palacio y dices que la entreguen al señor conde.

Calmas la sed del césped que, al besarte, bebe tus cristales gota a gota. Y aunque el duro pedernal intente devorarte en su seno Te alejas juguetona, y corres a llevar tus virginales perlas A los más profundos huecos de las montañas.

Amparo, al llegar a la entrada de las Filas, sintió detrás de una respiración anhelosa y como el trotar de una acosada alimaña montés, y casi al mismo tiempo emparejó con ella Chinto, sudoroso y jadeante. La perseguida se volvió desdeñosamente, fulminando al perseguidor una mirada de despide-huéspedes. ¿Para qué corres así, majadero? díjole en desabrido tono . ¿Si creerás que me escapo?

Díxele á ella: Omillome bella; Diz que bien corres, Aquí no te engorres, Que el sol se recala. Dix él: frío tengo, E por eso vengo A vos, fermosura; Quered por mesura Abrir la posada. Dixo la moza: Cormano, la choza Está defendida. Non habedes guarida Sin facer jornada

Así, conservaban casi toda su confianza, cuando un día y mientras jugaban como dos niños, corriendo alrededor de la mesa de billar por haberse empeñado Amaury en quitarle una flor a Magdalena, se abrió de pronto la puerta y entró el doctor, el cual se encaró con ellos y en tono áspero exclamó: ¿Qué niñerías son éstas? ¿Piensas tener aún doce años, Magdalena? ¿Crees no haber pasado de los quince, Amaury? ¿Te imaginas que corres todavía por el parque del castillo de Leoville? ¿A qué viene ese empeño en arrebatarle a Magdalena una flor que te niega con sobrada razón?

No pienses que la amistad y la admiración que me infundiste con tus embustes, se ha trocado en amor lascivo. Se ha trocado en asco. Si continúas aquí corres peligro de que te asesine. Sólo muriendo a mis manos y no gozándome conseguirás ya arrojarme en el infierno.

Por la plaza, y por la calle larga que va desde ésta a la iglesia a orillas del mar, discurría también bastante gente. Basilisa tomó por la carretera de Rodillero, que ciñe la orilla opuesta da la pequeña ensenada frente por frente de Peñascosa, y marchó apresuradamente, casi a la carrera. ¿Por qué corres, mamá? ¿Dónde vamos? preguntó el niño acariciándole con sus manecitas la cara.

Húndense las últimas casas de tus moriscos; desaparecen bajo la mano del embadurnador los bien labrados estucos de tus monumentos árabes; las columnas de marmol de tus alcázares rechazan ya los arcos festonados de tus misteriosas galerías; ¿cómo no corres á detener con tu mano la artesonada techumbre de tus antiguos salones, las fuentes que decoraban tus jardines, las murallas que sirvieron de escudo á tus guerreros, los voluptuosos patios en que soñaron tus sultanas, los encantados miradores en que distrajeron su melancolía las cautivas de tus reyes?

Estoy avanzando en Rusia, en Servia y en Rumania debió de decirle a su director . He echado de todas partes al crítico de la Corres, y creo que esto bien vale los doscientos duros...