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Actualizado: 16 de junio de 2025
Era una muchacha alta y esbelta, de rostro moreno, con facciones menudas y bien trazadas y unos ojillos dulces y alegres. Pues había oído decir que tenía usted una niña muy bonita; pero veo que la fama se ha quedado corta. La chica enrojeció aún más y apenas pudo murmurar las gracias.
Os repito, señor barón, que la empresa pudiera muy bien resultar superior á nuestras fuerzas. Esos buques piratas son de primer orden y sus tripulantes gente desesperada, que lucha hasta morir. Pues amigo, os envidio la buena vista que tenéis, contestó el señor de Morel con imperturbable calma, guiñando sus ojillos irritados.
Al deshacerse los grupos, volviendo unos a sus sillones y otros al interior del café, Fernando encontró a Conchita que paseaba con gracioso contoneo, sacando los codos, montada en altos y ruidosos tacones. Las señoras sudamericanas, al verla pasar, la llamaban «la española donosita». Sus ojillos negros y agudos se clavaron en Fernando. ¡Vaya usted con Dios, mala persona!
Parecía el clérigo hombre pequeño, á juzgar por su vestido, que era muy raído y verdinegro. Era él de edad madura, y á juzgar por su pronunciada y redonda panza, parecía hombre que no se daba mala vida. Tenía la cara redonda y amoratada, con dos ojillos muy vivos y una nariz que parecía haber servido de modelo á la Naturaleza para la creación de las patatas.
La chiquilla que se presentó acto continuo dando saltitos como una urraca tampoco tenía gran cosa de árabe. Representaba unos trece años, aunque después supe que contaba diez y ocho, y era de una estatura inverosímil: poco más de un metro levantaría del suelo. Con esto, la carita redonda y no desgraciada, los ojillos vivos y a medio cerrar, los ademanes resueltos y petulantes.
El acto había estado brillantísimo; en el fondo del salón ocupaban un estrado, ricamente dispuesto, los cien alumnos del colegio, con sus uniformes azules y plata, agitados todos por la emoción, buscando con los ojillos inquietos, arreboladas las mejillas y el corazón palpitante, entre la muchedumbre que llenaba el local, al padre, a la madre, a los hermanos que habían de ser testigos y partícipes del triunfo.
¡Hola, feo! ¿Con que estamos de mal humor? dijo tranquilamente el barón, cruzando por dos veces con su pañuelo de seda el hocico del oso. El animal, sorprendido, le miró un momento, cayó sobre las cuatro patas y gruñó de nuevo, mirando á derecha é izquierda como sin saber qué resolución tomar, mientras el barón, á dos pasos, lo contemplaba con curiosidad, guiñando sus irritados ojillos.
Don Juan rumiaba, moviendo sus desdentadas encías a derecha e izquierda como una cabra vieja, y sus ojillos alegrábanse al ver comer a la familia, y especialmente a Juanito. Podían decir lo que quisieran ciertas gentes; pero él, don Juan Fora, propietario y paseante perpetuo, sostenía que nada hay como la cocina casera y el comer en familia. ¡Vaya un modo de tragar, hijos míos!
Pero, entonces, mi sargento, hágame usted el favor de decirme por qué Gaspar no ha escrito hace dos meses. El veterano sonrió y sus ojillos pestañearon. ¡Ah!; vaya, ciudadano, ¿por ventura cree usted que no hay otra cosa que hacer sino escribir cuando se va de camino? No; yo he servido también; he hecho las campañas de Sambre y Mosa, de Egipto y de Italia; pero eso no me impedía mandar noticias.
Lacante fijó en mí sus ojillos grises y penetrantes y yo bajé la cabeza. Después siguió diciendo: Sí, ¿verdad? Más de uno lo juzga así, y cuando yo declare mis intenciones ya sé quiénes se pondrán en la fila... Pero solamente Elena decidirá. Al estrecharme la mano, me dijo: Esta niña merece ser dichosa. Lo será respondí maquinalmente.
Palabra del Dia
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