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Actualizado: 16 de julio de 2025
Tuvo un novio formal: un buen muchacho que pronto iba a ser médico. Cosas de ella y su madre: yo fingía no ver nada, con esa bondadosa ceguera de los padres que se reservan para el último momento. ¡Pero Señor, cuán felices éramos! La voz de Nicomedes era cada vez más temblorosa; sus ojillos azules estaban empañados.
Pero ella erguía la pequeña estatura de maja goyesca, unía los codos al talle y pasaba adelante moviendo las caderas, mirando con sus ojillos punzantes a las favorecidas de la fortuna. Su andar y su gesto parecían decir: «¿Y a mí qué?... ¿Y a mí qué?...».
Maltrana veía con amarga conmiseración los ojillos pitañosos de la vieja, su boca sumida en una aureola de arrugas, moviéndose al hablar con gestos cabríos, las mejillas resinosas de suciedad, pulidas y brillantes, en las que el agua debía producir el doloroso efecto de un escopetazo. ¡Y de aquel ser procedía él! ¡Y aquella carne era su carne!...
Era una niña de blanca peluquíta, vestida de mujer, con la falda plegada y los grandes ahuecadores de las damas del siglo XVIII. Estaba junto a una mesa, al lado de un búcaro de flores, y sostenía con la exangüe diestra una rosa igual a un tomate, mirando ante ella con ojillos porcelanescos de muñeca.
¿No es verdad que con esta mantillita blanca y estos rizos por la frente y estos ojillos entornados, soy capaz de dar el opio a cualquiera? Sí, a cualquier cadete repuso su hermano por lo bajo. Julita quedó un segundo suspensa, y se puso otra vez encarnada; pero reponiéndose en seguida, le dio un pellizco, diciendo: ¡Ah granuja! ¿Qué correo de gabinete te ha venido a dar la noticia?
Si Miguel se hubiera fijado en ella, tal vez habría advertido en sus ojillos inquietos y negros un brillo singular y en sus manos cierto temblor inusitado; pero se hallaba tan embebido en sus pensamientos y habitual melancolía, que nada observó. Dime, Miguel le dijo la joven levantando resueltamente la cabeza, ¿qué piensas hacer cuando te levantes?
Y vosotros, ¿en qué os ocupáis? preguntó también Abu-el-Casín a otros vejetes de ojillos hundidos, frente estrecha, nariz roma y de gesto en que a un tiempo se retrataba la envidia y la vanidad. Nosotros contestaron nos afanamos por descubrir en nuestro estudio y fijar la noche en que Alah envió el libro santo y divino a su profeta y favorecido Mohamad.
¡Ah! ¿Era de veras que se iba el señor?... La alegría del campesino fue tan grande y tan viva su sorpresa, que Jaime quedó indeciso. Le pareció ver en los ojillos del rústico, animados por el gozo de la noticia inesperada, cierta malicia. ¿Si creería aquel isleño que su repentino viaje era por huir de los enemigos?... Me voy dijo mirando a Pep con hostilidad , pero no sé cuándo.
A lo cual respondió don Celso, echando lumbre por los ojillos de raposo y apretando los puños de coraje: ¡Para ti estaba! ¡para ti y para todos los de tu arrastrado oficio, mediquín trapacero del cascajo! ¿Por quién me tomas? ¿De qué madera te has pensado que soy yo?
Visanteta dio con un codo al cochero y le habló al oído. Era don Juan, el hermano de la señora, aquel de quien todos hablaban mal en casa, aunque con cierto respeto, llamándole por antonomasia «el tío». Los ojillos de don Juan, inquietos e investigadores, revolvíanse en sus profundas cuencas rodeadas de grietas.
Palabra del Dia
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