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Actualizado: 5 de junio de 2025


Un día que tío y sobrino se deportaban, según costumbre, a cuatro o seis leguas de distancia de los Pazos, habiéndose llevado consigo al criado y al mozo de cuadra, a las cuatro de la tarde y estando abiertas todas las puertas del caserón solariego, se presentó en él una gavilla de veinte hombres enmascarados o tiznados de carbón, que maniató y amordazó a la criada, hizo echarse boca abajo a fray Venancio, y apoderándose de doña Micaela, le intimó que enseñase el escondrijo de las onzas; y como la señora se negase, después de abofetearla, empezaron a mecharla con la punta de una navaja, mientras unos cuantos proponían que se calentase aceite para freírle los pies.

Había envejecido bastante: la calva, ya dilatada, se la cubría un gorro de terciopelo morado; más flaco y más pálido; el bigote canoso había quedado reducido, merced al lento pero continuado trabajo de la navaja, por entrambos lados, a una motita debajo de la nariz. Buenos días, tío, ¿cómo sigue V.? Hola, Miguel: bien, ¿y ? respondió D. Bernardo sin apartar la vista del periódico.

Tenía el mismo temperamento de su glorioso padre, enemigo irreconciliable de las traiciones y emboscadas. Naturalmente, ¿qué había de pasar? prosiguió el artista en un tono de voz indefinible, pues no se sabía si quería llorar o reir. Al mismo tiempo pasaba la navaja con suavidad por la garganta del bizarro mancebo para despojarle de algunos pelos importunos. ¡Naturalmente!

El atleta, con su media docena de facinerosos caminó hacia la calle de las Maldonadas. Cerca de la puerta de su casa vio a Romualda que salía presurosa, y la llamó: ¿Y Nazaria? Lo mismo. ¿Hay alguien arriba 22? Nadie, yo sola; digo, yo he bajado. Sube y tráeme mi navaja grande que está sobre la cómoda. Madre Nazaria me ha mandado por agua. Tiene sed. Ve primero por la navaja.

Velázquez, que advirtió la maniobra, sintió que un flujo de sangre le invadía la cabeza y le cegaba. Llevó la mano al bolsillo para sacar la navaja; quiso levantarse, pero no tuvo fuerzas para hacerlo, como si una mano de hierro le hubiese clavado á la silla. Bañó su frente un sudor frío y, en vez de partir el corazón de su rival, sintió ganas atroces de llorar. Los sollozos le ahogaban.

A nosotros también nos ahogan. Es por ustedes, pues, por quien voy a trabajar. Pónganse de lado, padres míos, las heridas son así menos peligrosas, porque no se encuentran más que las falsas costillas. En fin, yo la tengo dijo abriendo con dificultad su navaja. ¿Están dispuestos, compadre? ¡Jesús! no lo estamos. ¡Es igual, que Dios nos ayude!

Medio ciega ya y muy temblona de manos, la madre no podía hacer más que niños, o sea la envoltura del cigarro; la hija se encargaba de las puntas y del corte, y entre las dos mujeres despachaban bastante, siendo muy de notar la solicitud de la hija y el afecto que se manifestaban las dos, sin hablarse, en mil pormenores, en el modo de pasarse la goma, de enseñarse el mazo terminado y sujeto ya con su faja de papel, de partir la moza la comida con su navaja, y de acercarla a los labios de la vieja.

Y corriendo hacia el insolente alzó la mano y le tumbó de un puñetazo. Pero el otro jayán sacó prontamente la navaja y acudió al socorro de su compañero, el cual, no bien se hubo levantado, echó mano igualmente á la suya.

Entónces, si es torero, ó matón ó campesino, jinete ó cosa parecida, os echa por lo pronto una granizada de interjecciones de á libra, y va sacando la navaja ó arremangándose los puños para decidir la cuestion por la vía ejecutiva. Al oir al andaluz echando bravatas, le creeríais capaz de tragarse la Sierra-Nevada y desquiciar el mundo de un puntapié.

Más que por hacerla daño, la pegaba para satisfacer su orgullo; quizá hallando también cierta voluptuosidad en ello. De todos modos, no dejaba de ser curioso y extraño ver á aquella mujer, alta, fornida y arrogante, sufrir con resignación los golpes de un sujeto tan exiguo. Porque Velázquez era valiente, y lo había demostrado en varias ocasiones; pero siempre con la navaja.

Palabra del Dia

rigoleto

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