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Actualizado: 5 de julio de 2025


De modo que el observador comprendía fácilmente que el barbero ponía su amor propio y su gloria en ejercer ciertas prácticas quirúrgicas, y que era casi a su pesar si descendía a la innoble navaja, cuyos provechos parecían, no obstante, bastante honrosos.

Con esta indumentaria se creyeron en el caso de visitar las tabernas como sus maestros, alborotar en ellas y sacar de vez en cuando la navaja á relucir. Al poco tiempo hubo en aquel valle atrasado tantos tiros y puñaladas como en cualquier otro país más adelantado.

Navaja en mano es tremendo, y ya que no quiera por piedad abrir a nadie una gatera en el vientre, lo que es para pintar un jabeque en la cara al propio lucero del alba, no tiene el menor escrúpulo si se enoja.

Los demás paisanos en tanto quisieron sujetar á Plutón y llevarlo á la presencia del juez en la Pola; pero navaja en mano y ayudado de su compañero Joyana logró tenerlos á raya y evadirse. Sin embargo, no faltó quien diese parte á la autoridad y á la media noche se presentó la guardia civil en Canzana y prendió al criminal en su alojamiento. No estuvo más de dos meses en la cárcel.

Un día sintió temblar sus piernas y que los ojos se le nublaban de emoción al oír cómo contestaba el perrero, a una de sus reprimendas por haber vuelto tarde a la catedral, obligándole a abrir la puerta cuando ya iba a acostarse. El Tato le hizo saber con expresión insolente que se había comprado una navaja y deseaba estrenarla en las tripas de cualquier cura explotador de los pobres.

Las niñas de los lacitos le apodaban «el de las cadenas»; la mamá sentíase inquieta con la presencia de este bárbaro de negra fama, que olía á vino y hablaba accionando con la navaja; y convencida al fin de que nada había de sacar de él, indicábale que se fuese; pero él experimentaba un hondo gozo siendo molesto y procuraba prolongar la entrevista.

¿Y cómo quieres que esté, prenda? ¿con la navaja abierta? replicó el majo, la voz alterada ya, aunque fingiendo sosiego. No, pero como decían que eras esto y lo otro... y que las mujeres se desmayaban cuando las mirabas serio y que no se atrevían á mover un dedo sin tu permisos, francamente, me río. Pues mira, niña, hasta ahora ninguna me ha faltado al respeto, ¿sabes?

Al cabo dijo en tono resuelto, guardando la navaja: Tienes razón... Me gusta esa niña, pero la mereces más que yo porque la quieres mucho más... , por desgracia añadió con voz temblorosa, lo que es querer de ese modo, y que poco importa la vida ó la muerte al que tiene ya el corazón hecho pedazos... Bajó la cabeza y permaneció callado unos instantes.

Al contrario, hay en esa hermosura no qué de áspero y repelente que causa miedo, que hace adivinar las pasiones terribles y la navaja oculta bajo la falda de colores vivos; que hace pensar en la vengativa Italiana, lo mismo que en la mujer africana que cruza los desiertos arenales al rayo del sol sobre la silla de su galante jinete, ó que incita á las voluptuosidades del amor oriental bajo la tienda de la carabana.

Pronto conseguí separar las manos de mi enemigo, que me oprimían, y le abrumé a mojicones. Mas, de repente, vi brillar un arma en su mano, y casi al mismo tiempo sentí hacia la cadera como la impresión de un alfilerazo. Me arrojé de nuevo sobre él y le sujeté la mano en que tenía la navaja. ¡Cobarde, suelta esa navaja! le decía.

Palabra del Dia

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