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Los macambas, á pesar de ver que la numerosa población que en otro tiempo habían subyugado, merced á la evocación de supersticiosas fábulas estaba casi aniquilada, que las cábalas mágicas de los anitis eran impotentes ante el fuego de los mosquetes y la metralla de los cañones, que los castigos eran públicos y ejemplares, que de día en día se perfeccionaban las obras, se levantaban otras aumentaban hombres y vituallas, que se talaban y se incendiaban las rebeldes rancherías, no desmayaban en sus predicaciones y en sus pérfidas gestiones.

Al salir de la corralada tuvo don Simón la curiosidad de fijar la vista en la fachada del caserón. Era de piedra amarillenta, y estaba cubierto de blasones, de musgo... y de rendijas; el alero se caía, y los balcones se desmayaban. Allí no se había gastado un real en reparaciones durante muchos años. ¿Estaría don Recaredo decidido a que fenecieran juntos el solar y el solariego?

Cuando el gaitero y el tamborilero desmayaban, hacía qué sus criados les sirviesen vino; y algunas veces también corría al sitio donde se hallaba Celso y disparaba en su lugar algunos cohetes con tal precipitación que no andaba lejos de abrasarse y abrasar á los que estaba cerca. Porque era extraña y sorprendente la impetuosidad que aquel caballero imprimía á sus movimientos.

¿Y cómo quieres que esté, prenda? ¿con la navaja abierta? replicó el majo, la voz alterada ya, aunque fingiendo sosiego. No, pero como decían que eras esto y lo otro... y que las mujeres se desmayaban cuando las mirabas serio y que no se atrevían á mover un dedo sin tu permisos, francamente, me río. Pues mira, niña, hasta ahora ninguna me ha faltado al respeto, ¿sabes?

Lóbrego y obscuro, como la luna de un espejo de acero, el pantano dormía, y las florecillas acuáticas se desmayaban en sus bordes. La voz de Artegui, más intensa que elevada, resonaba entre el pavoroso silencio. En el mal repetía , que por todas partes nos cerca y envuelve, de la cuna al sepulcro, sin que nunca se aparte de nosotros.

La piel y la garganta las teníamos abrasadas. Algunos marineros se desmayaban tendidos por los rincones; otros se ponían como locos; el sol mordía la piel de estos desdichados. Los chinos se ahogaban en la bodega y comenzaron a pedir agua a grandes voces; se asfixiaban. El capitán dijo que no había agua, y nos mandó a nosotros quitar las bombas de mano que sacaban el agua de los aljibes.

Asunción y Presentación lloraron con más fuerza al oírse nombrar por su madre. Parecióme que ésta también comenzaba a sentir vacilante su varonil espíritu, y que apagándose la llama de sus ojos, se desmayaban sus enérgicos brazos, cayendo con desaliento sobre los del sillón.