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Actualizado: 5 de junio de 2025
Probósele que, a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con el agua, levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermano de siete años les sacaba, muy a su salvo, los tuétanos de las faltriqueras. Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi padre, por ser tal, que robaba a todos las voluntades.
Aquellos mozos antes tan parcos y sumisos se tornaron en pocos meses díscolos, derrochadores y blasfemos. No solamente cambiaron su pintoresco traje aldeano por el pantalón largo y la boina, sino que se proveyeron casi todos de botas de montar, bufanda, reloj y lo que es peor, de navaja y revólver.
El queso había sido ya devorado y tenía la boca seca; sacó del bolsillo de su gabán raído una botella tapada con cuidado, y bebió. Luego atacó las naranjas, navaja en mano. Una vez concluída la cena, plegó la servilleta, digo, el periódico y atravesó a la acera de la Bolsa, en busca de colillas de cigarro.
Ahí dejó al Cardenal y al suegro de mi sobrino con una mona superior... pero ¡superior!... El Cardenal quería salir con la navaja abierta en tu busca... Luego la emprendió conmigo y me dijo las mil y una injurias... pero yo me he reído, ¿sabes?...
¡Mi tía Isabel! dijo Flores con la navaja levantada. ¡Y el pescador Pablo! exclamaron los otros. Señora decía el niño , le juro por el alma de mi padre que yo he visto hace dos horas la tartana de las velas rojas fondeada cerca de Conil. La señora Isabel hizo un gesto que hubiera tenido toda su significación y toda su eficacia, sin el marino que se interpuso prudentemente entre los dos campeones.
Con gesto decisivo, asió fuertemente la navaja, echó atrás la cabeza y, con suavidad, se pasó dos veces por la garganta el contrafilo de la hoja. No hubiera estado mal degollarse; pero no pudo. ¡Cobarde! ¡Canalla! dijo en alta voz y tono indiferente. Su rostro en el espejo, aunque movió los labios, permaneció gris, muerto.
Veamos ahora lo que dijo a Currito el Guapo, hallándose presentes las demás personas que hemos enumerado: Tu modo de proceder, amigo Currito, me tiene ya harto, y como soy alcalde no he de consentir que siga. Nadie te ha dado el encargo de vigilar y de celar a las muchachas y de hacer el papel, navaja en mano, de Catón censorino.
Hubiérase dicho que no era el maestro el que entraba en la clase, sino Fígaro mismo, al cual sólo le faltaba la navaja y el platillo del barbero. Don Josef, en cambio, era un Orestes. Alto, vigoroso, la cara roja como un pimiento, la nariz chica y encorvada, la cabeza mezquina pero bien puesta sobre los hombros.
El Tato le miraba con ojillos burlones y amenazantes, en los que el Vara de plata creía leer: «Acuérdate de la navaja.» Pero lo que más aterraba a don Antolín era el silencio del campanero, la mirada hosca y dura con que respondía a sus palabras.
Sacó don Paco la mula, hizo que montase en ella su dueño y levantando después a Antoñuelo, que apenas se podía mover, y llevándole en peso con alguna dificultad, le plantó a las ancas. El cargó luego con el trabuco y la navaja, trofeos de su victoria, y echando delante la mula y su doble carga se dirigió hacia el lugar.
Palabra del Dia
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