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Actualizado: 28 de junio de 2025
Por no disgustarla, se dirigió Robledo á las diez de la noche á la avenida Kleber, donde vivía la condesa, después de haber comido con varios compatriotas en un restorán de los bulevares. Dos servidores alquilados para la fiesta se ocupaban en recoger los abrigos de los invitados. Apenas entró el ingeniero en el recibimiento, se dió cuenta de la mezcolanza social descrita por Elena.
Es usted afortunado, viejo bribón; la institutriz le ayudará á tener paciencia. Debo cortarle la lengua ó las orejas, Arturo dijo á media voz el señor de Bevallan avanzando hacia su interlocutor, y haciéndole una rápida seña para que notara mi presencia. Se pasó entonces en revista, en una encantadora mezcolanza, todos los caballos, todos los perros y todas las damas de la comarca.
Los oficiales alemanes querían morir. Con el sable en alto, después de haber agotado los tiros de sus revólveres, avanzaban contra los asaltantes, seguidos de los soldados que aún les obedecían. Hubo un choque, una mezcolanza. Al viejo le pareció que el mundo había caído en profundo silencio.
En las paredes se confundían en lamentable mezcolanza paisajes tranquilos y azulados, pintados en Canton y en Hong Kong, con los cromos chillones de odaliscas, mujeres semidesnudas, litografías de Cristos femeniles, la muerte del justo y la del pecador, hechas por casas judías de Alemania para venderse en los países católicos.
Los pasajeros, esparcidos por el paseo, comentaban las fiestas del día siguiente. Una repentina fraternidad los aproximaba a todos. Veníanse abajo las últimas diferencias sociales y patrióticas que los habían mantenido apartados en fracciones indiferentes u hostiles. Se notaba el deseo de comunicación y mezcolanza que remueve a todo un pueblo en vísperas de un acontecimiento nacional.
Algunos salones estaban vedados, á causa del desórden ostensible; pero en los que estaban á la disposicion de los lectores hallé tal mezcolanza de literatura y teología, ciencias y necedades, latin é inglés y todos los idiomas, que si los autores de los libros pudieran resucitar y asomar la nariz en los respectivos estantes, se hallarían muy asombrados de la compañía y mistificados por los anacronismos.
442 Recorre luego la fila, frente a cada indio se para, lo amenaza cara a cara y, en su juria, aquel maldito acompaña con su grito el cimbrar de la tacuara. 443 Se vuelve aquello un incendio mas feo que la mesma guerra: entre una nube de tierra se hizo allí una mezcolanza de potros, indios y lanzas, con alaridos que aterran.
93 ¡Qué vocerío! ¡qué barullo! ¡qué apurar esa carrera! la indiada todita entera dando alaridos cargó, ¡jue pucha!... Y ya nos sacó como yeguada matrera. 94 ¡Qué fletes traiban los bárbaros! ¡como una luz de ligeros! hicieron el entrevero y en aquella mezcolanza, este quiero, éste no quiero, nos escogían con la lanza.
Se sentaron todas después de muchos remilgos de exagerada etiqueta, y la Escribana madre fue quien habló la primera. Se habían creído obligadas a dar la bienvenida y ofrecer sus respetos a los señores de Peleches, no solamente por la posición que ocupaban ellas en la sociedad de Villavieja, «aunque humilde, de alguna importancia», sino por lo íntimo de las relaciones que siempre hubo entre su difunto marido y la casa de Bermúdez. (Puro embuste.) Por otra parte, había entre las personas «propiamente decentes» de allí, verdadera necesidad de cultivar un poco el trato de las gentes bien nacidas y de buena educación, porque «ustedes no saben cómo se va poniendo esto de día en día... ¡atroz! ¡les digo a ustedes que atroz!» Y no estaba la culpa precisamente en el empeño de las de abajo en subirse muy arriba, sino en algunas que por haberse tenido siempre por de lo más cogolludo, no podían sufrir que otras tan buenas como ellas, por donde quiera que se miraran, se pusieran a su lado; y no pudiendo asombrarlas ni siquiera deslucirlas en tanto así... ni competir con ellas, si bien se miraba, en dinero, ni en elegancia, ni en educación, se dejaban pudrir entre cuatro paredones viejos, o andaban al revés de todo el mundo. Y claro estaba: los sitios que dejaban desocupados ellas «en la buena sociedad», los iban ocupando «otras atrevidas del zurriburri»; se hacía de ese modo «una mezcolanza atroz», y luego, las gentes que no entendían mucho de estas cosas, a todas las medían por un mismo rasero. Quería la Escribana madre que Nieves lo tuviera todo muy en cuenta para que no se dejara engañar «por la pinta» y supiera «a quién se arrimaba».
El señor de Bevallan, plantado sobre los bordes del valle, fatigó algún tiempo los ecos con los clamores triviales de su admiración... ¡Delicioso!... ¡pintoresco!... ¡Qué mezcolanza... oh! ¡la pluma de Jorge Sand... el pincel de Salvator Rosa!... Todo esto iba acompañado de enérgicos gestos, que parecían arrebatar sucesivamente á estos dos grandes artistas los instrumentos de su genio.
Palabra del Dia
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