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Actualizado: 5 de octubre de 2025


Mira: ¡qué bonito salió el pantalón! La chaqueta y el chaleco no pueden ser mejores.... El sombrero.... Vamos, ¿qué dices del sombrero? Está decentito. lo quisieras galoneadote.... Ya lo comprarás así. Ahora toma.... Mi manga de hule.... Las gentes de campo la necesitan mucho. Este joronguito es para que te lo pongas cuando haga frío.... Es fino, de muy buena clase. ¿Te gusta?

También vió pasar á un jinete corpulento, de luenga y negra barba, que llevaba un rosario de gruesas cuentas en la mano y enorme espadón pendiente del cinto. Por la forma y color del hábito y la estrella de ocho puntas bordada en la manga reconoció en él á uno de los caballeros hospitalarios de San Juan de Jerusalén, cuyo maestre residía en Bristol.

Allí va á haber robla. El que está apoyado sobre sus engalanadas cabezas, hombre que tiene la suya algo más sucia, calzones de manga corta, con un tirante sólo, chaqueta al hombro y sombrero de copa alta, más que medianamente apabullado, es el dueño de la pareja, y conocido y honrado en su pueblo por el nombre de Antón Perales.

Lubimoff admiró al guerrero de guardia, un viejo de bigote blanco, cargado de hombros, casi jorobado, con gabán de color castaña y sombrero hongo. Un brazal rojo y blanco en una manga era todo su uniforme.

En vez de esto, te alejas de ella, huyes. ¿Cómo puedes esperar que ella te descubra? ¿Piensas que por sola, sin que la ayudes un poco, llegará a apreciar tu verdadero mérito, ni comprender al hombre de gran valor que solamente mi padre y yo conocemos? Sin embargo, no puedo ir a tirarle de la manga y decirle: ¡Atención, yo no soy un cualquiera! ¡Eh! ¿Quién habla de eso?

En este tiempo dio el reloj la una después de mediodía, y llegamos a una casa ante la cual mi amo se paró, y yo con él; y derribando el cabo de la capa sobre el lado izquierdo, sacó una llave de la manga y abrió su puerta y entramos en casa; la cual tenía la entrada obscura y lóbrega de tal manera que parece que ponía temor a los que en ella entraban, aunque dentro della estaba un patio pequeño y razonables cámaras.

Se ha murmurado, se ha dicho que las hijas de confesión del Magistral no deben de temer su manga estrecha cuando asisten al Don Juan Tenorio, en vez de rezar por los difuntos. ¿Se ha hablado de eso? ¡Bah! En San Vicente, en casa de doña Petronila que ha defendido a usted y hasta en la catedral. El señor Mourelo dudaba de la piedad de doña Ana Ozores de Quintanar....

Al llegar cerca de la plaza echábanse a un lado los jinetes, dejando paso libre a las bestias, y éstas, con el impulso de su carrera y la rutina de seguir a los cabestros, metíanse en «la manga», callejón formado de empalizadas que las conducía a los corrales. Los garrochistas de afición felicitábanse por el buen éxito del encierro.

Al pronunciar las últimas palabras se le anudó la voz en la garganta al mancebo, las lágrimas saltaron á sus ojos y trató de levantarse para marchar. Pero Flora le detuvo tirándole por la manga de la camisa. También ella estaba llorando. No, Jacinto, no soy tan dura como piensas articuló quedo y con trabajo. Mi corazón no es de piedra, pero soy rapaza todavía y no bien lo que hago.

Así lo hizo, con las cejas fruncidas, los labios contraídos bajo la nariz aguileña, sin dar un suspiro; pero dos gruesas lágrimas corrieron lentamente por las arrugas de sus mejillas. Y cuando hubo acabado, volviose, ocultando los ojos con la manga del vestido, y dijo: Está bien... Ve..., ve..., hijo mío, tu madre te bendice.

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