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Actualizado: 5 de octubre de 2025
Descubrí el de la luz, descubro hoy otro.... ¿Es posible que tú, tan hermosa, tan divina, seas para mí? ¡Prima, prima mía, esposa de mi alma! Parecía que iba a caer al suelo desvanecido. Florentina hizo ademán de levantarse. Pablo le tomó una mano; después, retirando él mismo la ancha manga que lo cubría, besole el brazo con vehemente ardor, contando los besos.
Dos puertas abiertas al mismo tiempo dieron entrada por un instante a una manga de aire frío, arrollador, cargado de humedad y emanaciones salitrosas, que hizo arremolinarse flores y plantas y volar algunos papeles sobre las mesas. Defendió Fernando los suyos entre ambas manos, y al restablecerse la calma, se arrellanó en el sillón con un regodeo voluptuoso.
Vestido con un terno de paño inglés, regalo del señor, llevaba las solapas cubiertas de alfileres e imperdibles y clavadas en una manga varias agujas enhebradas. Sus manos secas y obscuras tenían una suavidad femenil para manejar y arreglar los objetos.
Torné la espada y volví a la primera habitación. ¿Quién había echado el puente? ¿Habrían sido mis amigos? En tal caso todo iría bien. Mi mirada se dirigió a los revólvers y tomando uno de ellos me dirigí a la puerta de la escalera y escuché. Necesitaba también unos momentos de descanso. Rasgué la manga de mi camisa y con ella me vendé el brazo lo mejor posible.
Y se compuso para descansar, no sin antes sacar una mano fuera de la manta y agarrar fuertemente a su padre por una manga con objeto de que no le burlase en su justa pretensión. El viejo esperó pacientemente algunos minutos. La inusitada tranquilidad de la casa excitó su curiosidad; con la mano desasida y sin levantarse, abrió cautelosamente la puerta y atisbó hacia la sala.
El comisario no dijo nada. Miró al agente que tenía á su lado, un veterano con la Cruz de Guerra sobre el pecho del uniforme y varios galones en una manga indicadores de sus campañas.
Encerrado escuadron, ó manga suelta En la campaña rasa, do no pueda Estorbar la mortal fiera revuelta El ancho foso y muro que la veda, Fuera bien que sin dar el pie la vuelta Y sin tener jamas la espada queda Ese exercito mucho bravo vuestro, Se viera con el poco flaco nuestro.
Y apartó el libro con desdén, miró al techo y se estuvo quieta un buen rato, sin dar señales de vivir en este mundo, permaneciendo tanto tiempo inmóvil y con tal profundidad extasiada, que Clara se alarmó, y tuvo al fin que decidirse á tirarle de la manga, con lo cual la devota bajó del cielo. ¡Ay, hermana! dijo vivamente. Usted no sabe rezar el rosario; déme acá.
Las nubes esparcidas a ras del mar parecían bullones y pliegues de una vestidura que ocultaba su inmenso esqueleto; y otras nubes flotantes en lo alto, una amplia manga, de la que se escapaban vapores más sutiles e indecisos formando un brazo de hueso rematado por un índice seco y corvo como una uña de presa, señalando lejos, muy lejos, el destino misterioso.
Pero este vástago perdía de pronto su rigidez, tomando la forma de una sanguijuela que se estiraba sin llegar con su boca al Océano. Un espacio de color violeta quedaba entre la superficie atlántica y el extremo de la manga; y sin embargo, no por esto dejaba de verificarse la colosal succión.
Palabra del Dia
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