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Actualizado: 5 de octubre de 2025


Pues miren cómo la da un beso en mitad de los labios, y la priesa que ella se da a escupir, y a limpiárselos con la blanca manga de su camisa, y cómo se lamenta, y se arranca de pesar sus hermosos cabellos, como si ellos tuvieran la culpa del maleficio.

Con los demás era tan tolerante, que hasta podía sospecharse de su criterio moral por lo ancha que tenía la manga para perdonar extravíos ajenos. Amaba el silencio, amaba la paz, y le amaba a él, a Bonis, y a sus hermanos, todos ya muertos.

Enjugó después su frente regada de sudor con la manga de la camisa, entró a su vez en el cuarto próximo; y al volver a presentarse, vestido con pantalón y chaqueta de paño pardo, se terció a las espaldas la caja de hoja de lata y se echó a la calle.

Lo demás del dormitorio estaba en sombra; en una media sombra fantástica. Sentada en un sillón, junto a la mesa; apoyado en ella un precioso brazo, que dejaban descubierto hasta el codo los encajes de la ancha manga de su traje; apoyado el rostro en su mano, sola, inmóvil, profundamente pensativa estaba Amparo. Tenía ceñida aún la corona de rosas blancas.

Reposaban los ojos en el espectáculo de las admirables instalaciones de frutas verdes que los vendedores procuraban presentar con una limpieza inglesa. El uno frotaba las ciruelas contra su manga para sacarlas lustre; el otro cepillaba con un cepillito de sombrero el terciopelo rosado de los melocotones.

Un jefe ostentando en una manga el brazal distintivo de la Administración militar daba órdenes como si fuese el propietario. Ni se dignó fijar sus ojos en este civil que marchaba al lado de un teniente con encogimiento de prisionero. Los establos estaban vacíos. Desnoyers vió sus últimas vacas que salían conducidas á palos por los pastores con casco.

¡Pero si me la quité hace dos años y al día siguiente me llevaron a la cárcel en Veracruz! Don Germán soltó a reír y le abrazó de nuevo. Elena le tiró de la manga diciéndole por lo bajo: ¡Basta, Germán, basta! En efecto, el paisano Barragán, según explicaba más tarde Reynoso a sus amigos, nunca había logrado quitarse de encima aquella gran traza de ladrón, aunque lo intentó repetidas veces.

La muchedumbre penetró apresuradamente en la sala, se separó a derecha e izquierda y sonaron dos tiros que se oyeron casi al mismo tiempo. Se arrojaron todos sobre los contrincantes, y se vio al maestro de pie, sacudiéndose con la mano izquierda los tacos encendidos, de la manga de su chaqué. Alguien le detenía por la otra mano.

Para ver no necesitan ahogarme... ni verterme la laca. Cuidado, Gloria, que te me llevas esos pelos pegados en la manga. Son el tronco del sauce. Cuidado, María, que con tu aliento se echan al aire estas canas... Atrás, atrás; hacerme el favor...». Y ellas: «¡qué boniiito, qué precioooso...! ¡Alabaaado Dios... qué dedos de ángel! D. Francisco, se va usted a quedar ciego...».

Nadie recuerda cuando nació Pepay ni quién la bautizo, pero todos saben es sobrina de su tía. Tan luego empezó á balbucear en la Cuaresma las dos mil mangas que empiezan con manga Pilatos, y concluyen con manga celestial, Pepay pasó del bullicio de la casa al recogimiento del beaterio. Allí aprendió á leer y escribir, y en estos progresos murió la tía. La pensión dejo de pagarse.

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