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Actualizado: 9 de junio de 2025


Porque el lector ignora aún que ninguno de los dos niños estaba ya en la casa... Cuatro días después de la escena que en el anterior capítulo queda referida, cayó Currita en la cuenta y convenció de ello a Fernandito de que, no pudiendo dedicarse ella exclusivamente a la educación de sus hijos como hubiera sido su deseo, era lo mejor enviar a Lilí al colegio que tienen en Chamartín las religiosas del Sagrado Corazón, y a Paquito al que por aquel tiempo tenían los jesuitas en Guichón, del lado de allá de los Pirineos... Ni ella ni Jacobo habían tenido en cuenta que en aquel mismo colegio se educaba Alfonsito Téllez-Ponce, el hijito de este.

¡Qué bien está! decía Lilí. Pasó media hora; Lilí se impacientaba y estiraba las piernas. No viene decía. ¡Calla, tonta!... Sonó un ruido; Lilí dio un codazo a su hermano; susurróle al oído: ¡Ya viene! Y se encogió mucho, mucho... Y venía, en efecto; pero no venía sola... Venía con ella el tío Jacobo, hablando de cosas que ellos no entendían, ¡qué fastidio!

Mas cuando Celestino Reguera comenzó a formar sobre el tablero maqueado las magníficas piezas del ajedrez, y se puso Jacobo a explicar el pintoresco modo como habían de moverse al jugar la partida las personas que las representaran, Lilí no pudo resistir la tentación y aproximóse al grupo de puntillas, haciendo señas silenciosas a su hermano para que viniese. ¡Era aquello tan bonito!...

Lilí, sin imaginar siquiera en su sencillez de ángel el efecto que en su madre podían causar sus palabras, continuó diciendo: Me decía que fuese siempre muy buena y no saliera nunca del colegio y rezara mucho por él, y por usted y por mi papá; porque la ira de Dios iba a descargar sobre nuestra casa... Yo lloré mucho, mucho, y ofrecí entonces ser monja, y se lo dije a la madre Larín y al padre Cifuentes.

Pero hija, Curra, ¿sabes?... Que abran esa ventana; si huele aquí a chamusquina, a cuerno quemado... Pues nada, hombre; un pincel viejo que tiré en la chimenea... Vamos, dejemos ya eso. ¿Has visto a Lilí?... Villamelón dio una gran palmada. ¡Mujer!... Se me olvidó... ¿Pues no te dije que fueras a verla? gritó Currita muy colérica. Pues, nada, hija, se me olvidó... ¿Qué vamos a hacerle?...

¡Lili, Lili!... gritaba Sofía, esperando que sus amantes ayes detendrían al animal en su camino de perdición, trayéndole al de la virtud. Las voces más tiernas no hicieron efecto en el revoltoso ánimo de Lili, que seguía bajando. A veces miraba a su ama, y con sus expresivos ojuelos negros parecía decirle: «Señora, por el amor de Dios, no sea usted tan tonta».

Colgóle después de su collar de hierro repujado las cinco medallas de los premios, y colocándole en la cabeza el diploma en forma de cucurucho, gritó a Lilí con extraño acento: ¡Anda, que lo retrate papá!... ¡A Tock le doy yo todos mis premios!...

La obra era magna, había costado mucho y preciso era que los autores se cobrasen, presenciando por completo la alegre sorpresa de su madre... Llegó el ansiado día, y ocultando Lilí bajo su capita de pieles el magnífico regalo, entráronse ambos niños a hurtadillas en el estudio de su madre: allí solía venir ella todos los días antes de almorzar, bastante después de las doce, y era la ocasión más a propósito para darle la sorpresa.

La Nela se deslizó intrépidamente, poniendo su pie sobre las zarzas y robustos hinojos que tapaban el abismo; y sosteniéndose con una mano en las asperezas de la peña, alargó la otra hasta pillar el rabo de Lili, con lo cual le sacó del aprieto en que estaba. Acariciando al animal, subió triunfante a los bordes del embudo.

La estrechez del sendero no les permitía caminar de dos en dos. Lili llevaba su manta o gabancito azul con las iniciales de su ama. Sofía apoyaba en su hombro el palo de la sombrilla, y Teodoro llevaba en la misma postura su bastón, con el sombrero en la punta. Gustaba mucho de pasear con la deforme cabeza al aire.

Palabra del Dia

rigoleto

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