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Actualizado: 16 de junio de 2025
¿Saben decía medio llorando y salivando aún de risa un caso que pasó entre el canónigo Castrelo y un señor muy chistoso, Ramírez de Orense? ¡El canónigo Castrelo! exclamaron el cura de Boán y el marqués . ¡Qué apunte! ¡De órdago!
Desembocaron al fin en una plaza o plazoleta, en el centro de la cual trabajaban algunos obreros levantando un artístico pedestal de mármol. Es el pedestal para la estatua del señor duque dijo el director de las minas en voz alta. ¡Ah! ¿Con qué van a colocar ahí su estatua, duque? exclamaron unos cuantos rodeando al prócer. Este se encogió de hombros haciendo un gesto de desprecio. No sé.
Arrancó el botafuego de manos del herido y me lo entregó diciendo: «Toma, Gabrielillo; si tienes miedo, vas al agua». Esto diciendo, cargó el cañón con toda la prisa que le fue posible, ayudado de un grumete que estaba casi ileso; lo cebaron y apuntaron; ambos exclamaron «fuego»; acerqué la mecha, y el cañón disparó.
El propio subjefe, que se había excedido un poco en la bebida, le dirigió una pregunta algo turbadora: ¿Podría usted decirme de qué color serán los niños? ¡Serán a rayas! observó Polsikov. ¿Cómo a rayas? exclamaron, asombrados, los asistentes.
¡Ah, Dios mío! exclamaron las dos mujeres . ¿Federico estuvo con vos en el jardín? Sí, yo quería llamaros; pero me pidió tanto que no lo hiciera. No tuve el valor de hacerlo. Sus ojos, su voz... Mientras que yo lo oía en un culpable abandono de mí misma, el peón jardinero se acercó a la abertura del cerco.
¿Lo ves, Amalia? Aquí está la madre del cordero. El papel decía en gruesos caracteres, trazados al parecer por tosca mano: «La madre desdichada de esta niña la encomienda a la caridad de los señores de Quiñones. No está bautizada.» ¡Es una niña! exclamaron algunas señoras a un tiempo. Y en el acento con que dejaron escapar estas palabras no era difícil de advertir cierto desencanto.
¡Á la abadía! exclamaron varios escuderos. ¡Un momento, señores! dijo entonces Roger, que había recogido del suelo su rota espada y se apoyaba en el hombro de Gualtero. No he oído á este hidalgo retractar las palabras que me dirigió y.... ¡Cómo! ¿Todavía insistís? preguntó Tránter sorprendido. ¿Y por qué no?
Indudablemente el artista, que es casi un dios, da á su obra un soplo de vida que no logra hacer que ande y se mueva, pero que le infunde una vida incomprensible y extraña; vida que yo no me explico bien, pero que la siento, sobre todo cuando bebo un poco. ¡Magnífico! exclamaron sus camaradas, bebe y prosigue.
¡Oh, no! decía el director sonriendo . Los hundimientos son de las minas particulares. Esta perteneció al Estado, y todo se hace con lujo de seguridad. En ciertas minas donde yo he estado apuntó un ingeniero tenía que ir una cuadrilla detrás de los mineros para desenterrarlos. ¡Qué horror! exclamaron a una voz todas las damas. Acomodáronse al fin de nuevo en la jaula, y subieron al noveno piso.
¡Sí; él es! dijo, tan sólo, el mancebo. Escuchose entonces un rumor de interjecciones y frases entreveradas. Es un tirano dijo alguien claramente. Su confesor agregó el cura de Santo Tomé ha de arder en el infierno, porque le absuelve. Otros exclamaron: Que se lea el cartel que ha de pegarse en los muros. Es harto tarde. Que se lea, y partiremos.
Palabra del Dia
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