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Actualizado: 9 de mayo de 2025
No encontrando a mi amo por ninguna parte, y temiendo que corriera algún peligro, bajé a la primera batería y le hallé ocupado en apuntar un cañón. Su mano trémula había recogido el botafuego de las de un marinero herido, y con la debilitada vista de su ojo derecho, buscaba el infeliz el punto a donde quería mandar la bala.
Arrancó el botafuego de manos del herido y me lo entregó diciendo: «Toma, Gabrielillo; si tienes miedo, vas al agua». Esto diciendo, cargó el cañón con toda la prisa que le fue posible, ayudado de un grumete que estaba casi ileso; lo cebaron y apuntaron; ambos exclamaron «fuego»; acerqué la mecha, y el cañón disparó.
Y a un soldado que yacía como muerto, por el dolor de sus heridas y la angustia del mareo, le dijo aplicándole el botafuego a la nariz: «Huele una hojita de azahar, camarada, para que se te pase el desmayo. ¿Quieres dar un paseo en bote? Anda: Nelson nos convida a echar unas cañas». Esto pasaba en el combés. Alcé la vista al alcázar de popa, y vi que el general Cisneros había caído.
Palabra del Dia
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